En la noche del 24 de Junio de 1806, los actores y actrices que representaban » El Sí de las niñas» de Don Leandro Fernández de Moratín en la Casa de la Comedia de Buenos Aires, se convirtieron, de pronto, en espectadores de un drama imprevisto. La gente en el teatro murmura, con sus cabezas colocadas oblícuamente, rostros góticos, retorcidos por el pavor y el miedo. Escarificación tribal: Los ingleses ( 1635 casacas rojas) han desembarcado en Quilmes, y están atacando nuestras calles!!!
Estigmas académicos en los semblantes de los guardias que rodean al Virrey del Río de la Plata, el marqués Don Rafael de Sobremonte.
Señales repetitivas de cicatrices, de miedo y de temor a la guerra. Invasión de la infantería británica, al mando del distinguido General Sir William Carrr Beresford ; han dispersado a una fuerza comandada por Don Pedro Arce, comandante de la Ynfantería, 600 patriotas frente al Riachuelo. Han sido derrotados. Vides at alta stet nive candidum.
Cae el telón. Don Rafael, alias Virrey de los Borbones, tiene la cara pálida como la nieve en el Soracte. Pero con luminosidad serena y amortiguada sale del teatro seguido por sus mariachis.
El Virrey abandona la sala y sale derrapando , beat the pavement como diría Ernesto Jeminguay; el Baranda jefe sale de najas fugándose a la ciudad de Córdoba. Pero Don Rafaelillo no se va solo, el se lleva todos los caudales del Virreinato. «Carpe diem» ; «habiendo higueras, y siendo de noche, a que pasar hambre», dice a sus pretorianos.
Sale a escape atravesando puentes bordeados de farolillos, escena crepuscular que se repetiría luego en Ayacucho el 9 de Diciembre de 1824, pero eso es otra película.
Mientras tanto la peña inglesa, con el comodoro Home Pophe , el general Baird , William Carr y el teniente Coronel Denis Pack, del 71 regimiento de Highlanders ya están pactando el suculento botín que supone la captura del Virreinato mientras le dan al morapio bebiendo brandy a la salud del rey Jorge III .
Pero no han contado con lo que el escritor Graham Greene llamó » the human factor», los criollos. Y Santiago de Liniers. Con su frasecita clásica: «Paco cruentos» ( subyugo a los crueles) .
Tiene facundia la cosa. «Excito lentis» ( animo a los lentos), » Dissipo ventos» ( disperso a los vientos), y mi favorita: Paco Jones, los pòrteños (Paco era el hermano de Tom Jones, famoso cantante galés por el temazo de canción «Dalilah»).
Caos blanco de glaciares bajo la mirada ceñuda de los porteños, que esquivan las balas inglesas entre los muros y rotondas de columnas. Las calles de Buenos Aires tocan a rebato. Los proyectiles ingleses rebotan entre los tejados de ripio. Bajo el fuego graneado del enemigo, los criollos convergen sobre la plaza en columnas envolventes. Entre el parpadeo de las lamparillas, ante los sagrarios, en brioso optimismo exorcizan sus miedos, agarran sus rosarios de boj y salen a presentar batalla. El plomo vuela entre los conos luminosos de las farolas, que difuminan sombras, cenizos los rostros de los luchadores entre círculos brillantes, canales congelados, torres poligonales y edificios jibosos con enormes y recargados campanarios . Hay serrín esparcido en algunas azoteas para empapar la sangre.
Mis recuerdos y acciones de esas horas durísimas se entremezclan entre el resplandor general de ése heroismo de una manera inconexa o azarosa. Elegí un mal día para dejar de tomar absenta. Sigo con la historia, pardiez.
Vuelan trozos de tejas partidas por los proyectiles, metralla que vuela como confeti y hiere a los bravos defensores porteños, sin desanimarles , y -Espronceda dixit- sin disminuir su valor.
Estamos de papelón, La ficción ha cedido a la realidad. Las calles de Buenos Aires están al alcance de los Hijos de la Gran Bretaña. Muy conjuntados ellos, bien vestidos, con sus casacas rojas, sus galones dorados, pantalones blancos marcapaquete marca ACME y sus gorros azules, mirimiñaques y chalecos entallados Divinos de la muerte.
Rayos concéntricos de sombras en las que relucen sus hojas de bayonetas de 40 centímetros. La oscuridad del cielo se va disolviendo y una luz amarillo limón se filtra a través de las empedradas callejuelas. Se corre la voz e hileras de criollos empiezan a organizarse alrededor de la figura de Juan Martín de Pueyrredón, bajo la lluvia oponen violencia en Chacarita de los Colegiales a los britones.
Los ingleses habían echado el ancla en la playa de Quilmes. Entre las hileras de gárgolas, arcadas de arborestes barbacanas, avanzan entre las sombras. En la ciudad de Colonia se embarcan rumbo hacía San Fernando.
La bandera de la Union Jack prevalece ya sobre el Fuerte. Versifico las palabras y me sumo a un trance angustioso, vacío y desconexo porque la bandera de España es un trapo arrumbado y los soldados británicos la pisotean y beben zumo de endrina a morro, hipando y dando saltitos. Ya tenemos otro Gibraltar!!!
No todo está perdido. Sobre el gran escenario de la Colonia se representa un drama histórico trascendental. El capitán Santiago de Liniers arenga a los bonaerenses, que en ésos momentos en los que puedes perder tu libertad, reaccionan como el asunceño Hernández, como manda la estrofa del Himno Argentino escrita por Vicente López y Planes .
» Oid, mortales, el grito sagrado:
Libertad, Libertad, Libertad!
Oid el ruido de rotas cadenas;
Ved en trono a la noble Igualdad».
Y como previamente hicieron los ciudadanos de otras polis, como sucedió en Segesta, Selinunte, Paesum, Agrigento ( con Empeocles, el de las níveas sandalias) , Siracusa , Numancia, Sagunto o en Zaragoza, con una catalana arreando estopa a los franchutes, Agustina de Aragón: los ciudadanos defenden la polis.
Y le dan a los ingleses las del pulpo y cuatro mas.
Y cuando los hijos de la Pérfida Albión , un año mas tarde, en 1807 vuelven a la carga – esta vez con 8000 infantes- les vuelven la zurrar la bandana. Dos a cero, y Zamora de portero.
De las Malvinas, hablaremos otro día.
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