El Gordito Isidoro

El Gordito Isidoro

Yván Vera

05/02/2019

La tarde estaba dando paso a la oscuridad de la noche, y con ella los postes empiezan a iluminar las calles, donde en algún tiempo fueron testigos de toda una vida llena de recuerdos, de una época en donde las preocupaciones reales, eran impermeables con la vida adolescente.

Juan Plasencia, sentado en el bar, observaba con nostalgia el ocaso de aquella tarde, donde muchos años antes, en esas calles, y a esa hora, se daban las despedidas alocadas de los niños del barrio, ante la llamada de las madres, quienes, con ambas manos, formaban un megáfono potente y natural, haciendo uso cada una de ellas de su propio estilo y tonada, para llamar a su vagoneta, ante burlas y risas del resto de amigos, a quienes les parecían graciosas aquellas formas de llamado:

─Juan Isidoro Plasencia del Campo, entra rápido antes que te agarre a patadas, muchacho del demonio.

─Isidoro─ reían los que podían, mientras corrían evitando el llamado de sus madres ventilando los nombres menos agraciados ante cada uno de las perifoneadas de madre─ Isidoro, corre que te cae, Isidoro, Isidoro─ reían sus amigos.

La historia se repetía cada día en las veredas y pistas mientras intentaban terminar sus acaloradas revanchas “futboleras” antes de terminada la tarde y empiece el llamado de rigor y pavor, así que el “yan ken po”, que servía para formar los equipos, se hacía más rápido, para emoción de todos, menos para Juan, el gordito que siempre le tocaba el arco.

─ ¿Va a querer otra cerveza, don Juan─? Preguntaba el mesero, mientras observaba el rostro risueño del único ocupante de aquella cantina, de sillas y mesas de madera con manteles de plástico, de aspecto colonial.

─Sí, por favor─ respondía, añadiendo: ¿Cuántos años tienes muchacho?

─Veinticuatro años, señor─ Respondía el camarero, mientras Juan señalaba la casa verde junto al poste, donde un adolescente miraba su teléfono móvil, totalmente inmóvil como aquella columna, hipnotizado y atrapado por las redes de su aparato inteligente… ─Ese poste formaba el arco de nuestro estadio imaginario; en esa misma vereda me daba unas estiradas espectaculares, demostrando ser el mejor ataja balones del barrio, sobre todo cuando alguien impartía la orden a grito apurado ¡mete gol, gana! ─decía emocionado el viejo Juan y añadía… ─Conmigo en el arco, no entraba nada, aquellas épocas…

Se sabía por los comentarios de los pocos vecinos que aún quedaban en el barrio de toda la vida, que Juan estaba ya muy enfermo, el cigarro había acelerado el mal, y que su única compañía eran los recuerdos apasionados de la infancia, recuerdos que refrescaban su memoria con cada sorbo de la cerveza local, a la que devotamente guardaba fidelidad, la misma, que su padre y amigos lo mandaban a comprar cuando niño, mientras el cargaba con sus pequeñas manos las botellas, emocionado por un vuelto que nunca iba a regresar.

─Dame una cerveza más por favor, muchacho─ decía juan, cada vez más viejo, y conversaba con el mesero de aquel bar antiguo como sus recuerdos, mientras le contaba señalando, que en aquel callejón vivía la niña que fue su primera enamorada, a la que había conquistado, siempre con ayuda de las otras amiguitas del barrio, pues nadie era tan osado para hacerlo sin el apoyo cómplice en aquellas épocas de adolescente, como ahora, donde según sabía se declaran los sentimientos escondidos tras las pantallas de los teléfonos inteligentes, mientras chateando se le pide a la niña que te quita el sueño, si quiere ser tu enamorada, mientras ella responde con los emoticones, primero la carita pensado, para luego continuar con el pulgar señalando el cielo, y terminar quizá con el emoticón que sella el primer beso, lanzando el corazoncito rojo del solicitante virtual…como cambian los tiempos…

Tantas historias emocionadas, refrescadas con una sonrisa inquebrantable, habían hecho dormir al viejo Juan, sentado en el mismo lugar, como escogido y reservado para él. El mesero lo había dejado descansar, para luego de un tiempo prudente, proceder a despertar, y como dejando pasar minutos para aquel objetivo, se dispuso a limpiar, colocado cada silla de cabeza encima de sus respectivas mesas, haciendo ruido con el propósito de ir despertando al viejo, y poder indicarle que el local se prestaba a cerrar; cuando en ese momento su teléfono móvil empezó a timbrar, primero fue una vez; dentro de unos pocos segundos, el antiguo sonido polifónico volvió a sonar y esta vez de manera persistente, sin parar, y al no despertar al viejo Juan, el mesero algo preocupado, logró ubicar y sustraerle del bolsillo el antiguo celular, viendo la pantalla que con letras negras indicaba “ llamando Dr. García”, cuando, ve en su mano derecha, a puño medio cerrar una nota acompañado de un diagnóstico médico, en donde pudo leer a medida que se sentaba espantado, los seis meses de vida que le habían pronosticado, e iba constatando fechas, que estos aproximadamente terminaban ya… entonces, coge la nota y asustado empieza a leer:

“He vivido sin acariciar si quiera la modernidad, no he muerto en vida, como veo hoy a muchos jóvenes y también niños inducidos por sus padres para tranquilidad del momento, de sus momentos; vine a este mundo sin saber que el mañana iba a ser el asesino de nuestra infancia inocente, y que íbamos a ser cómplices de esta autodestrucción”

Adiós mundo… actualizadamente cruel.

Atte: El mejor arquero de todos los tiempos, Gordito Isidoro.

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