Lo que a continuación les vamos a relatar ocurrió un soleado mes de junio de 2010, en una tranquila y elegante villa de los alrededores de Madrid. Se trata de una zona de casas bajas y amplios bulevares salpicados de acacias que dan sombra y refrescan el ambiente en las calurosas horas del verano. Hay un centro comercial un poco venido a menos a raíz de la crisis económica, y al lado se encuentra el edificio de oficinas donde transcurrieron los hechos.

En concreto se trataba de un jueves, y era el último día de un largo período de cuatro semanas en los que los cinco candidatos a un equivalente número de puestos de trabajo se reunían por última vez alrededor de la mesa en la que habían compartido siete horas diarias de formación, innumerables dinámicas de grupo, más de dos cafés diarios de media por cabeza y donde, de igual modo, habían intercambiado veinte cordiales “buenos días” y sus correspondientes “hasta mañana”.

Mientras, en la sala de al lado pintada de gris perla:
—Paco, ¿tienes ya hecho el informe estadístico definitivo de los puestos que necesitamos cubrir este año? —preguntó Dolores, la jefa de recursos humanos, al responsable de formación (empleado con un contrato de prácticas desde el 2008).

—Claro, está preparado desde hace ya un mes y medio, antes de que empezase la última remesa. La miró fijamente a los ojos, pero sólo por unos segundos, antes de que ella desviase la mirada hacia otra parte.

—Perfecto. Es necesario que vayas publicando la oferta de nuevo y prepares todo para los que se incorporen al curso de formación del mes que viene. La Unión Europea acaba de concedernos otra vez la subvención para la firma de nuevos contratos. Al paso que vamos creo que podremos organizar un curso al mes durante todo este año sin llamar demasiado la atención.—Acto seguido salió dando un portazo, se dirigió a la sala contigua donde esperaban los aspirantes y, antes de abrir la puerta, respiró esbozó una sonrisa utilizando la mínima cantidad necesaria de músculos faciales mientras agarraba el pomo, y a continuación entró.

—Buenos días a todos. Soy la directora de recursos humanos. Vengo a daros la bienvenida a esta casa. Hemos llegado al final del proceso y mañana os incorporáis los cinco, así que enhorabuena por el gran esfuerzo que habéis realizado. Os dijimos que si seguías las pautas os contrataríamos a todos, y como habéis cumplido vuestra parte, nosotros cumpliremos la nuestra. Como bien rezan los carteles que imagino ya habréis visto en los pasillos, nuestros valores son la rigurosidad, la honestidad y la preocupación por el bienestar de nuestros trabajadores. Os garantizo que habéis tenido mucha suerte. ¿Alguna pregunta? La sala quedó en silencio salvo un carraspeo que se oyó, procedente de la fila de atrás. —Bien, entonces me despido de vosotros por hoy. Mañana nos vemos en la plataforma.

Cuando se marchó, los futuros empleados empezaron a hablar acaloradamente entre sí. Estaban visiblemente emocionados. Por fin ya tenían respuesta a sus incertidumbres.

El miércoles de la semana siguiente, cuando ya llevaban cuatro días en activo, Matías —el alemán—, Rocío —la venezolana—, Giorgio —el italiano— y Pierre —el francés— fueron siendo llamados uno a uno para acudir al despacho de recursos humanos.

Paco, el responsable de formación, fue repitiendo el mismo discurso a cada uno mientras no levantaba la mirada de la pantalla del ordenador.

—Hola Matías. Acabamos de tener una reunión de última hora y tengo una mala noticia que darte…—tosió— Por desgracia hemos cometido un error en el cálculo de los puestos que necesitábamos. Esperábamos tener un considerable volumen de llamadas, pero no está siendo así. Debemos prescindir de tus servicios.

—Pero Paco, la semana pasada nos dijisteis…! ¡No entiendo! Yo he apostado todo por este puesto, he renunciado a otros posibles trabajos, superé la entrevista individual, he estado viniendo sin faltar un solo día y no he recibido un euro a cambio. ¡He aprobado todos los exámenes que nos habéis puesto! ¿A qué viene esto ahora?

—Lo sé Matías. Y de verdad que siento este lamentable error. Pero no hay nada que podamos hacer al respecto. Te ruego que después de firmar el despido vayas a la plataforma, recojas tus cosas discretamente y te marches. Estas cosas son así y debemos regirnos por los números si no queremos entrar en pérdidas. Lo siento de veras.

Y así fueron entrando y saliendo en la oficina cada uno de los candidatos, mientras los trabajadores antiguos seguía cogiendo llamadas, y el único nuevo elegido, Frederick, observaba atónito desde su puesto aquel desfile de rostros desconcertados que entraban a por sus cosas y se marchaban sin despedirse.

El lunes siguiente, Paco entró en la sala de formación y se dirigió a los nuevos aspirantes.

—Buenos días. Hoy comienza este período de formación de un mes que como os explicamos en la entrevista individual, tiene una modalidad selectiva no remunerada. Tendréis que trabajar duro para demostrarnos vuestra valía si queréis quedaros a trabajar con nosotros, pero creed que el esfuerzo valdrá la pena. Tenemos cinco puestos vacantes. En estas semanas os iremos enseñando todo lo necesario para que podáis desempeñar correctamente vuestro trabajo. Como anunciamos en el portal de empleo, vuestra función será atender las llamadas de los empleados expatriados de nuestro más importante cliente para resolver todas sus posibles dudas. Habrá un examen todos los viernes de los contenidos que hayamos estado viendo previamente. Si los superáis, mostráis interés y sois puntuales, en un mes pasaréis a formar parte de la plantilla. Es una gran oportunidad. Os aconsejo que no la dejéis pasar. ¿Alguna duda que queráis plantear?

Los asistentes se miraron ilusionados, aunque no se oyó más que el zumbido de un moscón que se había quedado atrapado en la sala y daba golpes contra el cristal intentando salir al exterior.

—Bien. Entonces, si no hay ninguna pregunta, comenzamos la formación. Ya habrá tiempo para que surjan dudas y os las podamos ir aclarando.

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