El lugar y momento equivocados

El lugar y momento equivocados

Mauricio Rojas

02/02/2019

Así como que hablamos hablamos, no, eso nunca pasó. Ni siquiera sé bien qué hubo entre nosotros, nos empezamos a encontrar en la micro. Los dos la tomábamos en Apoquindo, cerca del Apumanque. Yo siempre me voy de pie, agarrado a uno de los postes, ¿sabe?, para dejarle el puesto a los viejitos o a los discapacitados. Ella se sentaba en uno de los asientos de la última fila. Iba con los audífonos embutidos y apenas sacaba los ojos del celular. La cosa es que un día cruzamos miradas, eso, miradas y nada más. Al cabo de unos días, como nos topábamos siempre, empezamos a sonreírnos y después intercambiábamos saludos con la cabeza.

Yo no soy así como de enamorarme a primera vista. No creo en esas tonteras. Soy lento, ¿me entiende? Necesito tiempo, hacerme la idea de que una mina está interesada en mí. Después hay que agarrar coraje y acercarse, decir algo, aunque suene raro. Con ella fue bien distinto, como que nunca necesité decir algo y ya nos entendíamos. Una pura sonrisita, ella llevaba los labios siempre al natural pero brillantes, me imagino que se ponía uno de estos bálsamos raros que usan las jóvenes; el pelito castaño con unos visos rubios y medio ondulado. Me mataba. En especial los lentes, sí, los lentes y no los ojos que eran de un verde esmerilado.

Ella se bajaba unas paradas antes que yo. Casi llegando al metro Los Dominicos. Así como nos saludábamos, nos despedíamos igual, con un gesto de cabeza. Muy sutil, casi que se confundía con el bamboleo del bus. Pero ella sabía que yo sabía. ¿Habrá tenido veinte? Sí, yo le echaría unos veinte, veintiuno, jovencita, parecía universitaria. Así como con carita de universidad privada, bien cuica, ¿me entiende?

La cosa es que, mire, a ver, ¿cómo le explico? La cosa es que se le quedó el pase escolar del Transantiago encima del asiento. Yo lo vi harto después que se bajara y lo recogí. Antes de eso ni sabía cómo se llamaba. Ahora sabía que su nombre era Marcela Kraus. Le pegaba, me gustó al tiro, tenía cara de Marcelita. Para el colmo alemana. ¿Sabe que la mamá de mi abuela era alemana? Sí, si todos en mi familia fueron rubios cuando chicos. Tomé el pase y lo metí en mi bolsillo, dije «ya, cuando la vea mañana se lo devuelvo». Hasta me pasé la película de meterle conversa.

Y llegó «mañana», creo que era martes. No, miércoles porque esa tarde venía de la biblioteca y yo voy los miércoles para allá. Esperé la micro donde mismo la espero siempre, en el paradero del Apumanque. Habrá habido unos treinta grados esa tarde, estuvo fuerte la cosa. Llegó la micro y yo supuse que me la pillaría arriba. Ella se subía poco antes que yo, pero resulta que no estaba nada en el bus. «Bah, qué raro», pensé. Asumí que a lo mejor andaba enferma esta niña o que por a, b, c motivo se le había pasado la micro. No me hice caldo de cabeza y decidí que mañana intentaría devolvérselo de nuevo, pero pasaban los días y nada. La Marcelita no aparecía. Yo miraba el pase, veía su foto y era como si ella se hubiera quedado atrapada en ella. No tenía ni una dirección o teléfono al que llamar. Y era el pase no más, ni que importara tanto. O sea, yo me imaginé que sacaría otro y ya, cero drama.

La cosa quedó ahí por unos días, hasta que esta niña se me empezó a aparecer en sueños. Nada loco, no se pase rollos, pero ahí estaba quieta, mirándome. Yo me despertaba y al lado mi polola dormía. No le iba a contar a ella esta cuestión, capaz que me mata. De hecho, un día me pilló el famoso pase en la chaqueta y quedó la crema. Me preguntó que qué onda, que si la andaba cagando con una pendeja. ¿Qué le iba a decir? Le dije la verdad, lo mismo que le estoy contando ahora, pero ella ya había decidido que no me iba a creer. Me gritoneó, quería llamar a esta pobre niña para decirle quién sabe qué atrocidades. Me revisó el celular, los mensajes, todo. Como no encontró nada me dio el beneficio de la duda, pero no pasamos ni dos días así y terminé con ella. Era mucho, ¿sabe? Tenía los ojos de ella encima todo el día, le preguntaba qué pasaba y no me decía nada y cuando lo hacía era para responderme con alguna pachotada pasivo-agresiva.

Ya, pero volviendo a esta cabrita Kraus, yo a ella no la conocí. No personalmente. Como le digo, no puedo ayudarlo porque, aparte de este pase, no tengo nada de ella. Y ya han venido como dos de sus compañeros con las mismas preguntas y siempre les digo lo mismo. Vea los informes. Mire, no le voy a negar que me hubiera encantado, tenía unas piernas que parecían de mentira, pero no pasó nada. Sé que hablaron con mi ex y que ella anda diciendo cosas, pero óigame, esa mujer está despechada. Usted sabe de lo que es capaz una mujer herida. Pregúntele a los vecinos, todos le van a decir que está loca.

¿Que por qué no he ido al trabajo? ¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra? Ando con licencia, depresión, ¿sabe? Le voy a mostrar la orden del médico. Mire, si aquí no hay nada sospechoso. Todo son inventos de esa mujer. Yo estuve en el lugar y momento equivocados. De haber sabido, no recojo el pase y me ahorro todo este problema.

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