Mar de Kara, Mar de Bering, Mar Caspio, Mar Negro, Mar Báltico… ¿Y esto? ¿A que viene el nombre de tanto “mar”? Tranquilos, no tengo intención de repasar con vosotros los diferentes mares que hay repartidos por la tierra, sino que estoy escribiendo el nombre de alguna de las calles que forman parte del casco histórico de Hortaleza. No son nombres habituales, lo sé, pero en mi caso, han marcado mi vida durante 34 años.

Actualmente resido en Getafe, pero he nacido en Madrid en el hospital de La Paz, criándome y viviendo hasta hace un año en el barrio madrileño de Hortaleza.

Siempre he pensado que la vida es muy curiosa ¿Por qué? Mi padre y mi abuela Emilia, tuvieron que abandonar el edificio donde vivían, en el barrio de Malasaña, tras un incendio que dejó la estructura del mismo en ruinas. Al encontrarse literalmente en la calle, el Ayuntamiento de Madrid les ofreció una vivienda donde os he comentado antes: Hortaleza. Comenzaron a vivir en un lugar nuevo, haciéndolo en una casa de protección oficial, muy diferente a la típica construcción del pueblo, mucho más espaciosa, edificada a finales de los años 50, y que a pesar de los medios con los que disponían para construir viviendas en ese tiempo, el bloque estaba muy bien realizado.

Una de las muchas cosas que diría del casco histórico de este barrio es que no es muy grande, pero su trazado, y sobre todo, si lo conoces bien, te permite callejear hasta la extenuación. Y era algo que me fascinaba. Me encantaba perderme por sus calles y tener la certeza de saber por dónde iba y a qué lugar iba a llegar. Me encantaba andar sola por la noche los días que peor me encontraba. Era mi terapia, mi desahogo. Me calmaba muchísimo y en numerosas ocasiones, al ser calles poco transitadas, lloraba sin temor a ser vista. Muchos os preguntaréis que si tenía miedo. Os digo que no. Nunca he tenido ningún percance y siempre me he sentido segura y tranquila caminase a la hora que caminase.

Ahora que lo veo desde la distancia, siempre ha habido una calle que en realidad me ha marcado: Mar Caspio o la calle coloquialmente llamada de “Correos”. Me imagino que habréis pensado acertadamente que se llama así por la presencia de una oficina de Correos, pero tenía algo que le hacía especial. Como podréis ver en la imagen que os dejo, esa enorme oficina está construida aprovechando la existencia de un local vacío, por debajo de un gran bloque de viviendas. Debido a la realización de esa oficina, y aprovechando el hueco entre el cristal que la protege del exterior y la calle habían realizado una especie de escaloncito de granito que permitía a quien pasara la opción de sentarte o al menos a esperar apoyado tranquilamente.

Bien. Pero hay más. Ese sitio, para mí ha sido el punto de quedada con muchas personas. –“Quedamos en Correos” -decía a mis amigos del barrio. Y no hacía falta explicar, ni dónde, ni en qué recoveco, ni nada. Muchas veces, cuando llegaba puntual, veía a la gente caminar hacia donde yo me encontraba y me reía, porque aunque nuestra intención era ir a un sitio que se encontraba en dirección contraria, y en numerosas ocasiones deshacía parte del espacio a recorrer para dirigirnos a ese punto en concreto, todos querían llegar a Correos.

Ha sido punto de encuentro también de coches. Y de diálogos por teléfono. Y de conversaciones entre muchas personas sentadas a altas horas de la madrugada intentando solucionar el mundo. Y de ilusiones. Y aunque fuera un lugar muy transitado, ya fuera de día o de noche, servía de punto de descanso y de alivio, donde el tiempo no parecía pasar, y tampoco nos preocupaba. Correos era nuestra salvación.

Y también es lugar de paso, ya que a su izquierda (según la fotografía si la miráis de frente) hay una enorme plaza que va directa a la calle donde se encuentra el Centro de Salud, a su vez conecta con la Iglesia de San Matías y sirve de enlace con diferentes calles con mucho tráfico. Mar Báltico es una calle muy transitada por personas que aparcan un momento para dejar un paquete en Correos o gente que se encuentra en ese punto y deja fluir el tiempo, sin prisa, con conversaciones de la vida cotidiana, hablando de nada y de todo, aunque se vean a diario. Lo importante era verse. Hablar. En ese Mar Caspio. Un mar entre tantos mares que navega sin que nos demos cuenta y que lo hacemos propio, tanto, que a veces si alguien preguntaba por Mar del Japón, le mirábamos con los ojos rasgados sin saber bien cómo dirigir a ese pobre que se iba a perder sí o sí, como si de una ciudad musulmana se tratase. Y al final le guiabas, mejor o peor, y aunque la persona que preguntase tuviera prisa, se daba cuenta que ese sitio era diferente y lioso.

Hortaleza y sobre todo Mar Caspio, ha sido un sitio de encuentro. Ha sido testigo de decepciones, de lágrimas y de esperanzas. La última, hace casi un año, con varias maletas, la ilusión y la lluvia como testigo de mi marcha de un barrio que siempre vivirá en mí. Ha sido testigo de toda mi vida. De mis idas y venidas a la parroquia, al colegio, a la universidad, a los diferentes trabajos…

De vez en cuando regreso a Mar Caspio. He quedado con mi hermano y con algunas amigas. Y siempre, la calle de Correos, será ese punto de encuentro, de separación de calles, ilusiones y esperanzas. Ha sido, es y será mi mar de mares.

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