¿Alguna vez has deseado cambiar algún capítulo de tu historia? ¿Cambiar una decisión que determinaría quién eres hoy? ¿Has sentido aprensión por el futuro? ¿Vives el presente o solo transitas en este mundo como una sombra más?

Una noche gélida decidí regresar de lo que fui, a lo que soy ahora. Atravesé la ventana, ya era hora de que aquel sonámbulo despertase del letargo. Dormitaba profundo, fabricando lo que nunca solía hacer despierto: sueños. Retiré con delicadeza el cobertor forrado de golondrinas, que le cubría hasta la mosca. Juicioso, Hugo, desjuntó sus parpados: ¡Ahhhh! Gritó al verme.

—¡¿Estoy muerto?! ¡Puedo verme a mí mismo! —Vociferaba mientras yo me acoplaba a los pies de la cama. —Esto es un sueño. —Repetía autoconvenciéndose mientras agarraba su cabellera.

—He viajado de tu pasado al ahora. —Hugo, temeroso, encogió las piernas hasta su pecho. —Vamos, no pongas esa cara, era necesario, mírate, has dejado de quererte.

—¿Qué? Con el paso del tiempo todos desmejoramos, uno se hace más viejo.

—No hablaba de tu aspecto, si no de tu alma. —Abrió la boca y la volvió a cerrar de inmediato. —No hay tiempo que perder.

—¿A dónde me llevas? —Preguntó inseguro cuando lo dirigí hacia la cristalera. —¡¿Estás loco?! ¡No podemos saltar desde la ventana! —Puse los ojos en blanco.

—¡Vamos miedica! ¡Salta!

Como un ciclón, nos vimos arrollados por la espiral oscura de trisquel, centrifugados por los sentidos, los pensamientos y la razón, hasta llegar a una memoria. Debía saber que todo era determinante, y que el destino no era más que un puñado de decisiones y encontronazos inesperados. Aparecimos en su habitación, la cual yacía desahuciada ahora en casa de su madre. Necesitaba que recordara. Deambuló entre sus recuerdos, con el centelleo reflejado en sus pupilas, admirando cada rincón de sus recuerdos. Se dio cuenta, ahora presente en su pasado, que al final eligió lo que creía que sería correcto: ser un hombre uniformado, lucir llantas de varios ceros e ir a trabajar a la veintésima planta. Equivocado pensó, que el triunfo y la abundancia era indispensable para alcanzar la felicidad, pero sabía que era una oveja más que circulaba entre la espesura de las luces de freno para presentarse cada día en lo más alto de esa pirámide llamada rascacielos.

—¿Qué ocurre Hugo? —Pregunté.

—Cuantas veces ansié alcanzar una cierta edad, ahora me arrepiento. Desearía recuperar mis ilusiones y volver a empezar, pero el tiempo huye y mi historia está escrita.

—Todo lo que dogmatizas que te detiene para avanzar, tiene nombre y se llaman excusas fundadas por el miedo. Estas a tiempo de mandarlo todo al garete. Tú decides. No te conformes. —Él suspiró. —Tus piernas son el ancla que impide cambiar la dirección, y tu mente se vacía al paso del aire que te eleva.

—¿Y si me equivoco?

—Comete errores y no te fíes de quien no los cometa. —Hugo dormía.

El frescor de la noche se colaba desde la ventana acariciando su flequillo. Era el turno del presente. Me senté en su cama, esta vez, cerca de él. ¡Ahhhh! Gritó.

—Hola. —Dije.

—Sospecho que es el presente.

—Bien, pues presta atención a la pared del fondo, no perdamos más el tiempo.

Sin más dilación, emergió una luz resplandeciente, emitiendo lo que parecía una película. Era nuestra vida, nuestro hoy, aunque dependiendo de cómo consiguieras contemplarlo, quizás era nuestro futuro. El filme mostraba un día cotidiano. Hugo se levantaba con el cielo estrellado, se organizaba e iba a trabajar. Ansioso, esperaba que brotase en cada semáforo el color verde para continuar su ruta. Transitaba por su despacho con el teléfono adherido a su oreja. La oscuridad de la bóveda celestial era dueña de la entrada y salida de aquel edificio. Acabada la jornada y volvía a casa. El cansancio lo monitorizaba, preparaba la cena y volvía a yacer. La película era materia de escenas en bucle, lo único que cambiaba era el color de su corbata.

—¡Para! Por favor. —Reculo su tono. —Lo he entendido, la misma vida cada día, ese es mi presente, pero una rutina es inevitable.

—Depende, es necesaria para establecer un orden, siempre y cuando amemos lo que hagamos. Medita: el día de hoy, no volverás a vivirlo nunca, este veinticinco de febrero de este año, lo respirarás una sola vez.

—No debería quejarme, mira. —expandió sus brazos para evidenciar sus riquezas —Incluso he conseguido la dirección, soy alguien importante.

—¿Importante para quién? Sostengo que aún no eres consciente. Solo existirá una historia, conformarse es de cobardes y ser valientes es arriesgar, y si arriesgas quizás no ganas, pero seguro no pierdes, porque estarás en la búsqueda de ser. Malacostumbramos a igualar la felicidad con las grandezas, exhibiéndonos en la red, demostrando constantemente al mundo que somos felices, cuando realmente la felicidad no es un estado permanente ni material. Hay un gran vacío en las apariencias, no seas una copia más de esta sociedad. —Él me miraba encrespado, a veces la verdad enfada, porque a veces la verdad duele. —La muerte siempre estará aguardándonos, y nunca sabrás la fecha en la que descansarás eternamente. Exprime cada segundo. Debes saber que el futuro no te visitará, tu presente es tu futuro, lo que decidas hacer hoy te llevará al mañana, deja de cavilar lo que pasaría si aún no ha pasado: VIVE.

Desaparecí.

—¡Hijo! ¡Hugo! ¡Despierta! ¡Vas a llegar tarde! —Gritaba la madre.

—¿Dónde estoy? ¿Dónde está?

—¿Dónde está quién hijo? Los exámenes acabaran contigo.

—¡He hablado con mi pasado!¡O con el presente! No sé mamá he hablado conmigo mismo en mi futuro.

—¿Con quién? ¿De qué? Vamos, llegarás tarde al examen.

—Mamá…

—¿Sí?

—No voy a ir a la universidad.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¿Por qué? Quiero encontrar la felicidad, aunque ello me lleve a cometer errores. —La madre permaneció en silencio unos segundos.

—»Felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace», declaró Jean-Paul Sartre. —La madre le sonrió orgullosa.

Y es que la conciencia es un enemigo enriquecedor.

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