Me gustaba Julieta, realmente me gustaba, ella era mi vecina en el barrio, nuestras madres nos presentaron a muy corta edad, rápidamente nos hicimos compañeros de juegos y aventuras, recuerdo sus listones de colores para adornar su cabello, su sonrisa brillante y viva.

Tenía unos ojos grandes, curiosos y nobles, las mejillas chapeadas lo que le daba siempre un aire más infantil incluso cuando crecimos, su cabello siempre iba adornado con sus listones de colores y no era tan largo. Era amable con todo el mundo y de risa fácil, era extrovertida todo lo contrario a mi reservado y serio.

En nuestra infancia no lo sabía pero enamorarme de ella se dio con el tiempo, de ese entonces recuerdo las tardes en los patios, las pelotas que perdimos en las casas de nuestros vecinos malhumorados, estar tumbados en el césped viendo las nubes pasar e imaginando que tenían distintas formas de animales.

Los primeros años de conocerla fueron los mejores, conocía todo de ella, sabía sin que lo dijera cuando estaba triste porque sus ojos se apagaban más de lo normal, cuando se enojaba sus mejillas se encendían y cuando estaba feliz resplandecía todo a su alrededor. Se que suena como el típico primer amor idealizado y romántico pero a esa edad los sentimientos están a flor de piel, así fue como lo percibí y así es como se los relato hoy en día.

Pasaron los años y al crecer me di cuenta que la quería como algo más, no es de sorprenderse si les digo que siempre tuve miedo de decírselo y eso me costo más de lo que creen. Con los años vienen los daños o así lo pienso yo, el punto es que crecimos y cambiamos, ella ahora tenía más amigos y ya no convivíamos tanto, yo veía impotente como se alejaba más y más mientras yo la seguí amando en silencio.

De vez en cuando nos topábamos caminando por nuestra calle y tenía la suerte de quedarme conversando con ella mientras nos sentábamos en la banqueta viendo los coches pasar, esos eran pequeños encuentros comparados con las tardes que pasábamos juntos y solo servían para darme cuenta de lo mucho que habíamos cambiado, pues ella tenía ahora otros intereses. Mi aliciente era al menos saber que a ella también le afectaba que hubiésemos cambiado, lo sabía por sus prolongados abrazos después de despedirnos, lo cuales claro esta deseaba que no se acabaran nunca.

Pasaron otro par de años y evidentemente las cosas siguieron cambiando, de cierta manera logramos acercarnos más y ella tenía esa chispa de juventud que a mi me faltaba, eramos más maduros pero queríamos divertirnos. Coincidíamos en algún bar de la ciudad, me presentaba algunos amigos que estaba claro también la pretendían y mi presencia los hacía sentir amenazados.

Yo por mi parte disfrutaba de esos encuentros, muchos de ellos me despreciaron pues sabían que jamas podrían ser tan cercanos a ella tanto como yo. Fue una buena época y tal vez fue producto de la adolescencia pero se dieron encuentros espontáneos entre nosotros.

Sentir los labios de Julieta sobre los míos embriagaba mi alma, el calor de su cuerpo junto a mi fue una experiencia maravillosa en ese entonces, tal vez el alcohol ayudaba a desinhibirnos pero estábamos conscientes de lo que hacíamos. Ni ella ni yo hablábamos de esos encuentros e inclusive puedo decir que después de cada episodio tardaba al menos una semana en volver a hablar con ella incluso llegue a pensar que me evitaba pero al final quedábamos para vernos de nuevo.

Me sentía inseguro, no quería perderla ahora que teníamos «algo», fuese lo que fuese lo que pasaba entre nosotros la atracción era muy fuerte y mis emociones estaban hechas un caos pues no sabía como reaccionar a lo que pasaba y decidí no decirle lo que realmente sentía por miedo a alejarla de mí.

Cierto día la vi a lo lejos de nuestra cuadra, cruzamos miradas y detecté algo diferente en sus ojos parecía distante, cuando la alcancé corrió a mi y puso su cara en mi pecho, entre sollozos me contó que sus padres la enviarían a estudiar al extranjero pues querían que tuviera un mejor futuro, no estaba obligada a irse pero la verdad es que sus convicciones nunca estuvo quedarse en nuestra pequeña ciudad.

Ese día no me dijo nada más y no puede hacer otra cosa más que alentarla a que persiguiera los sueños porque yo sabía que realmente nunca había sido mía y que amarla también implicaba dejarla ir. No podía conciliar el sueño, tenía que hacer algo o la perdería para siempre. Corrí a su casa y trepe hasta su cuarto, toque su ventana y me abrió.

No parecía tan sorprendida como imaginé pero no importa ya estaba decidido y sin dejarla hablar le dije todo lo que sentía por ella desde que eramos niños y la besé la besé como nunca lo había hecho. Cuando nos separamos tenía lagrimas en los ojos, ella siempre lo supo y me espero pero me reclamó no tener el valor de decírselo nunca sin saber que sentía lo mismo que yo.

Era demasiado tarde, ella había tomado la decisión de partir y así lo hizo, esta de más decir que me partió el corazón. Tuve que seguir con mi vida aún con ese vacío en mi interior, al final decidí irme también de la ciudad y hacer mi vida, pues ese capitulo estaba cerrado.

Ayer regresé para Navidad a mi pequeña ciudad después de años, la vi en la misma calle donde pasábamos tardes enteras, estaba igual de hermosa que siempre. La acompañaba una niña idéntica a ella cuando de pequeños y jugaban tranquilamente. Corrí a escribir mi historia para que no tengan que vivir la tristeza de no ser feliz por no tener el valor a serlo.

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