Por aquellas fechas, se presentó dando mítines a cal y canto con un equipo dispuesto a gobernar, trabajaron y ganaron en las urnas. En la ciudad de Marbella gobernó el alcalde y la ciudad cambió radicalmente. En poco tiempo desaparecieron los baches en su travesía por el centro; el lugar de preferencia de las prostitutas en la avenida en la confluencia del tráfico de los trabajadores, en la dualidad con el alto turismo. El equipo de gobierno tomando cartas en el asunto llevó a cabo una ley eficiente a la seguridad ciudadana a diferencia de tiempos anteriores, ya en democracia.

Las obras comenzaron y avanzaban día tras días, la ciudad se transformaba después de un largo letargo, surgía efecto la verdadera magnitud de las fachadas desapareciendo el moho en su peor aspecto.

Donde había hoyos, se vertía asfalto. Las medianas de la travesía se engalanaban con atractivas jardineras aparejadas de ladrillos toscos a sardinel.

Desapareció el grisáceo de las losetas clásicas en las aceras con sus múltiples cuadriláteros. Se cambiaron los bordillos y las zonas peatonales aparecieron de color el azul agua marina en un moderno y nuevo aspecto .

Fachadas en la desolación del deterioro y alzados de cara horrenda al paso del tiempo, se trasformaban en algún motivo decorativo. El paseo marítimo ampliado se revistió de jardines, arboledas y mármol en la revolución del urbanismo. Mejoras en los edificios colindantes entre un rosario de villas esparramadas a lo largo de la franja en paisaje extraordinariamente agradecido. El casco histórico permanecía como recién salido de un pincel estampado en lienzo a manos del nuevo alcalde, conservando el centro en su original encanto.

En el sistema se hacían eco del progreso en el lugar de la España de multi gobierno, el efecto, espectacular, en cuanto al cambio arquitectónico y urbanístico. Edificación, palmáceas, yucas sobre flora alanceoladas que conviven entre el tráfico rodado y de transéuntes; entre tiendas y negocios en paisaje dibujado a impresión en todo establecimiento de hostelería y decoración por prestigiosos decoradores atraidos por la singularidad del sitio, venidos de todas las partes del mundo. Atmósfera y calidez en la propia indiosicracia, inundaba la quietud en aquella latitud preciada por el turismo en el goce del un micro clima de privilegio.

Posterior a la época dorada favorecida por la ventaja de la peseta al cambio, la ciudad se encontraba en tiempos de crisis, resintiéndose en fechas coincidente con la entrada del euro. El nombre y la marca Marbella había quedado en rótulo congelado junto con sus habitantes y población estable. No había vida, el centro estaba lo que se dice muerto, en la ciudad sólo fluía la gente de paso, en el devenir del tímido chorreo de turistas por el centro. Los emprendedores y la inversión se resumía —a alto standing— fuera de la dinámica de la economía real que se reflejada en el ambiente y vida propia de los vecinos de la urbe.

Había bares como corresponde en el país que ostenta el record de estos establecimientos, pero por no haber, no había ni la típica bodeguita donde tomar el chato en clase media.

Un emprendedor en aquellas fechas apostó por ese tipo de establecimientos a precios campechanos y fue —creando— el ambiente en paralelo a la altura de miras hacia la población, llegando a montar varios negocios que coincidía con aquella maquinaria política apisonadora de la anterior, apostando por las gentes y abierto a otras miras, pero fueron estos, los que acapararon y gozaron del ambiente en formación al calor en el ocio de los habitantes.

Entraría una nueva corriente, sin parangón, la gente se ilusionaba y dejaba atrás una depresión contagiosa, inmersa en aquel lugar y entrañas de la población nativa donde se hizo —la ilusión—

La música resurgió de la mano de la política.

Promovida por organismos oficiales en las residencias de vacaciones de entidades públicas, el ayuntamiento subvencionaba —el baile—en preferencias como evento cultural, benefactor de consideración, a entidades públicas y el hogar del pensionista.

La música en hoteles, clubs de golf, salas y pubs sonando piano, mientras en la fiesta reverberaba en las paredes, calles y plazoletas. Mujeres con flor en piel, el gentío vibraba con los cantantes que ponían su canto, se hacía posible con aquella nueva política en la ciudad convertida en todo un poema.

La metrópolis en la pluralidad en la diversidad y mentalidades, sostén del trabajo autónomo en la especialidad, acogedora a toda clase de estilos, corrientes en variedad por su diversidad turística, se rendía en lo tradicional y folclore del pueblo. La ciudad cosmopolitan comenzaba a coger las riendas de su propia cultura y se convertía en el atractivo contagioso para el turismo.

Traslados y transporte, pernoctación dietas, servicios y complementos colaterales en la creación de trabajo, calor humano en la fiesta, visitantes y los mismos grupos incluso en calidad de demandantes dando vida y cultura, costumbres y gustos, tradiciónes en los eventos que se pusieron al día por un gobierno de ganas, las mismas que habían estado en un cajón de los despachos.

Tal fue el impacto, que los poetas hicieron alusión a su nombre en la canción que mundialmente más se ha bailado: La Macarena con los veranos de Marbella, y por sevillanas, se puso de tal moda que hasta la llevaron al mismísimo Vaticano.

P.D. En el hacer, se hizo mover piezas, recursos de los que estaban y nadie hechaba cuentas.

Desnudas quedaron las estatuas, la ciudad entre paños menores duerme en pijama por las noches, en la historia que se repite, los lugares avanzan o atrasan. Los atrasados se alejan según el carril que cogieron teniendo con cargo el doble de distancia del regreso irremediable. Cuando no caminas es el alrededor lo que se mueve hacia el lado perfecto.




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