Estoy sentada en una mesa de un café del centro de la capital. No veo tanta clientela como solía verla, en las panaderías del barrio Belalcázar. La mesa esta atiborrada de botellas desocupadas de gaseosa y boronas de pan de coco. Levanto lentamente la mano. La mesera llega apurada o agitada por la forma en que respira. La mujer es alta, de pelo negro y cuerpo delgado, pero tiene cara de hombre. Me mira a los ojos, pero le desvió la mirada, pues tengo un ojo de vidrio muy grueso para mi gusto.

– ¿Que desea? -dijo con voz gruesa.

-Un café.

La mesera se va y se esconde detrás de la vitrina, donde tararea en voz baja una canción de Rubén Blades. Cruzo con disimulo las piernas y miro a través de la puerta. Veo gente pasar. Muchos hablan mierda con los amigos, mientras que otros fuman cigarrillos rubios. Al rato llega la mesera con la bebida. Está enojada, como si alguien le hubiera pegado en la cara. Coloca el café sobre la mesa, pero lo hace en forma brusca o mal intencionada, pues algunas gotas del líquido caen sobre mi falda. De un momento a otro, imagino que una de las gotas penetra la tela hasta mojar mi ropa interior, haciéndome cosquillas en la punta del clítoris. Le echo un vistazo al local, pero aquel picante pensamiento perdura en mi mente. La mesera me observa con interés o presume ser una mujer importante ante los ojos de la gente.Luego, ojeo el café e intento secarme la falda con una servilleta de colores. De nuevo, imagino que tomo un pedazo de papel y lo meto en el interior de la ropa, con el ánimo de secar mi calzón de color negro. Me dan ganas de sonreír por haber pensado de esa manera. Pongo mis codos sobre la mesa y abro las piernas, de modo que entre un poco de aire fresco. Presto atención a la puerta. En la calle hay un hombre joven y buen mozo que se detiene justo en frente del café. Le echa un leve vistazo al local, donde se escucha una canción de Cuco Valoy, después fija su mirada en la mía. Parece que tuviera candela en sus ojos por la forma de apreciarme. Me pongo colorada como un rábano, sudo, respiro rápido. El hombre entra al lugar, pero no quita el ojo a mis piernas trigueñas. Supongo que rasguña mis medias veladas con su vista o a lo mejor, descubrió una gota de aquel liquido en mi ropa interior. Frunce el ceño y sonríe a la mesera. El hombre da pasos torpes y se me acerca, mientras muevo despacio el culo en una silla pequeña. Bostezo, pero no me tapo la boca. Él se da cuenta de que soy tímida y prefiere sentarse en una mesa, justo al lado de la mía.Levanta la mano y pide una cerveza. La mesera me hace mala cara, pues parece que le disgusta mi presencia.El hombre sin miedo, me pregunta.

– ¿La conozco?

-No

-Me da la impresión de que la he visto.

-No

Su voz me incomoda y siento frío en el cuerpo como si hubiera permanecido en un congelador. A mi modo de ver, el hombre no se ve serio en este mundo globalizado. Nuevamente, imagino las gotas del café mojando mi calzón. No supe por qué pensé en aquello, pero me dieron ganas de ir al baño. Respiro rápido, me levanto de la silla, doy tres pasos torpes y pienso en aquel sujeto cuya cara intranquiliza hasta las moscas. En cuanto camino por un corredor, tomo la decisión de esconderme en una habitación oscura y cierro la puerta, de modo que nadie ingrese sin permiso. No se escucha ni el ruido de la maquina dispensadora de gaseosas, ni a los clientes sorber gaseosas. Me peino el cabello ensortijado con mis manos temblorosas pero, de repente, la puerta se abre un poco, me tocan el culo y balbuceo sin taparme la boca. Siento la voz de un tipo o parece “un hombre de una calle peligrosa” por el tono de sus palabras. Doy pequeñas vueltas, me desespero un poco e intento salir, cuando súbitamente se van prendiendo las luces del lugar. Me pasmo, pues no es un cuarto, es un horno importado, sin bandejas, de dos metros de alto y dos y medio de ancho, el cual es manipulado por la mesera con cara de hombre, quien oprime un botón desde la vitrina del local.

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