—¡Lucia por favor, llame a Félix, que venga a mi despacho!

—De acuerdo Don Antonio.

Como le voy a decir a Félix que le despedimos, Don Vicente me ha acojonado diciéndome que tengo que valer y tener huevos; que un director de personal tiene que saber echar a la gente; que tengo que contratar más becarios. Encima me dice que si no lo hago, lo hace el echándome a mí. ¿Pero cómo voy a echar a Félix? Lleva más de treinta años en la empresa, fue mi primer maestro, soy el padrino de su hijo, jugamos todos los miércoles al paddle, cenábamos todos los viernes los cuatro hasta que falleció su mujer y su hijo en el accidente de coche. Estuvimos llorando juntos. Era un alma en pena, se pasó tres meses triste, sin rumbo y lo único que hacía era trabajar para olvidar las penas. No tenía más familia, salvo su suegra y cuñada que se fueron a vivir con él para que no estuviera solo. Las muy brujas: una que no quería ir a la residencia y la otra que se separó y no tenía a donde ir y se fueron a casa de Félix. Me voy a poner serio y con cara de problemas para que se dé cuenta de mi situación y no me los ponga. Ya ha pasado un año pero continua abatido y triste.

Escucha unos golpes en la puerta que le devuelven a la realidad y entra Félix.

—¿Buenos días, me has llamado Antonio?

—Si, por favor siéntate —Observa como Félix se sienta en el borde de la silla y comienza a notar que se seca las palmas de las manos en el pantalón.

—Como sabes Félix, desde hace tiempo las cosas no van bien, estamos en una crisis muy dura y larga, todas las empresas están reduciendo gastos.

—¡Perdona que te interrumpa! —Saltó Félix con la cara descompuesta —¿Para qué me llamas a tu despacho? ¿Por qué no vienes como siempre a mi mesa?

—Lo siento de verdad, tengo que despedirte —dice Antonio muy dolorido.

Félix comenzó a palidecer, lo que estaba escuchando no le gustaba nada. Se removió en su asiento abriendo los ojos como platos.

—Por lo tanto —Continuaba Antonio—, nos vemos en la necesidad de despedirte dándote un sustancial incentivo con dos años de paro.

—¿No hay otra solución? ¡Puedo trabajar más horas! ¡Que me bajen el sueldo! ¡Algo se podrá hacer! — Lo decía clavándose las uñas en las palmas de la mano.

—Lo siento, Félix. Creo que es una muy buena gratificación de veinte días por año.

—¿Cuándo sería efectiva?

—Estamos a 27 de marzo, pues a final de mes.

De golpe vio cómo su amigo envejecía: se le cayó la barbilla, quedándose con la boca abierta, se hundía en la butaca y ponía los ojos en blanco.

—Si quieres como favor especial a tus años en la empresa puedo subirte a veinte dos días por año trabajado.

Se dio cuenta de que su amigo estaba acabado, se estaba sujetando la cabeza con las manos y comenzó a llorar.

— ¿Hay algún tope? Llevo trabajando muchos años en la empresa —pregunta Félix.

—¡Claro! Siempre está el tope de los dos años como máximo.

—Esto es un robo, Don Antonio. Tantos años trabajando y dejándome la salud y ahora a la calle. ¡Qué he hecho mal! Todos los años me felicitan por mi buen comportamiento y exquisito trabajo en el almacén. ¿Se ha perdido algún albarán? —Poco a poco Félix se iba acalorando, la cara se le estaba poniendo roja y estaba elevando la voz.

—Tranquilízate, es la crisis que nos toca a todos; ahora te ha tocado a ti. —Mientras hablaba, desviaba la mirada a los papeles que tenía encima de la mesa. No quería mirar continuamente a Félix pues le daba pena.

Félix, completamente abatido y con la cabeza en blanco, se levantó y salió del despacho. No se detuvo en su mesa, sus compañeros le miraban con cara de pena pero estaban esperando que Lucia llamara al siguiente. Continúo andando y salió de la empresa. Iba hablando solo. «Tengo que encontrar trabajo lo antes posible, ¿Y si me meto a monje Cartujo? allí me darían de comer gratis y no tendría que cargar con mi suegra y mi cuñada». Iba andando por la calle sin fijarse en los escaparates, ni en los cruces de las calles. De pronto vio en la puerta de un comercio: “Se necesita emplad@” y le dio un vuelco el corazón, iba decidido a entrar cuando se dio cuenta que la tienda era de lencería; miro hacia arriba y vio el letrero INTIMISSIMI. Desplego una sonrisa y continuo andando y hablando solo «Como puedo ser tan tonto, es un trabajo como otro cualquiera, tengo que perder la vergüenza, en el próximo anuncio que vea me ofrezco».

Continuo andando y hablando y volvió a ver otro anuncio que decía: “Se necesita ayudante, no hace falta experiencia” y entró. No leyó el nombre de la tienda: “Sex Shop”.

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