El amanecer me sorprende el primer día de colegio, me despierto contenta , con las cigarras cantando y el sol entibiando apenas a las 7:20, cuando cruzo la puerta, Marisol viene saliendo de la de ella, cada día enrolamos juntas, es fácil, solo tenemos que andar doce calles, 8 derecho y tres a la izquierda, caminamos por la tierra seca del verano, cuando, siendo el 9 de marzo una pequeña brisa se levanta y se mete por los jumpers, los árboles ya casi desnudos, se sacuden a su paso, botando las escasas frutas remaduras, que van quedando. A unas cuadras vemos la casa azul de Mario, lo esperamos unos segundos, pero como no sale, seguimos avanzando . Al rato lo vemos correr detrás de nosotras con el tierral que provocan sus trancos, Aún se pueden ver casi todas las cortinas cerradas.
La panadería es el único edificio que parece vivo, a esa hora de la mañana, en la esquina, el humo de los hornos y el olor a pan recién horneado cruza casi toda la cuadra, entre los guijarros y pateando las basuras circundantes, avanzamos por la ancha calle. Se nos van uniendo los demás vecinos, como a diario ; Marisela, Claudia, Mario y Bernardo. La hemos recorrido tantas veces, en la vereda de enfrente, pasando la reja, el perro de Mario nos ladra como hace siempre. Hoy la calle incluso parece un poco más larga, los albaricoques, con las frutas en el suelo reventadas, los nísperos ya sin fruta, aunque en la casa de alba, podemos ver aún duraznos
Don José se acerca a mirarnos
– Apuren, apuren que se están demorando – y nos arrea en mitad del polvo como ha ganado
La iglesia en un extremo de la plaza, se estremece en largas campanadas que anuncian la primera misa de la mañana, nosotros seguimos caminando. En la calle se ve la gente, que comienza a salir de sus casas. Don Boris y su taxi, al que manguerea en medio de la calle, formando un barrizal descomunal, que evitamos para no ensuciar los zapatos recién lustrados, él nos hace un ademán con la mano. La Sra. María está arreglando el jardín, como cada mañana y nos ofrece un par de rosas, para la virgen, las recibimos, por entre los barrotes.
Hemos casi todos sido criados en esta calle, nuestras familias han sido vecinos por generaciones y parece que el progreso no se acercara, casi todas las calles colindantes ya tienen asfalto, en ésta la tierra y la tosca predomina y manda. El tramo casi completo hasta la escuela carece de cemento, hay apenas vereda con unas baldosas hechizas, sumergidas casi totalmente en la tierra; una tierra suave que me encanta. En el invierno el agua corre hacia la orilla, convertida en ondas chocolate ,que la recorren hasta la cámara, salta cuando la han tapado las hojas y provoca una erupción de hojas, tierra y agua. El olor que desprende mi calle mojada es un olor vivo, que se mete en las entrañas, que se junta con las nostalgias, con las ciruelas, los muros de adobe, los techos de tablas y las viejas tejas coloradas, como si aquellas construcciones y la calle se soportaran, como un complemento. Si de pronto algo cambiara, vendría a romper el equilibrio de esta larga calle abandonada.
De niña he jugado en ella hasta el hartazgo, hasta caer rendida entre el polvo y el pasto, recogiendo pedazos de vidrios de colores imaginando que eran gemas, recogiendo piedras, pequeñas maderas, monedas y hasta juguetes deteriorados, todo ha ocurrido en esta calle, desde los cumpleaños, hasta los abrazos de año nuevo, todos los edificios permanecen a ella anclados como si se retroalimentaran. Las mismas caras de hace 30 años, las mismas fachadas, los mismos amigos, se me llena el alma de un dolor indescifrable, cuando veo los camiones de hormigón vertiendo toneladas de material sobre ella , en las veredas todo lleno de cintas reflectantes y coloridas, con señales de peligro, Todos los residentes parecen igual de sorprendidos, todos son espectadores mudos y doloridos de este nuevo proceso, como si quedaran sepultados bajo el asfalto, todos sus recuerdos, como si este material cubriera también las historias, y se llevase consigo un poco de todo aquello. Mi padre me toma la mano, veo lágrimas gruesas en sus añosos ojos, intento explicarle que el progreso es positivo y debe llegar a todos, pero se me atragantan las palabras y en cambio suelto un sollozo, cuando en fashes incontrolables, mi niñez se pasea por la memoria en vívidos recuerdos y me duelen las imágenes, la tierra, el agua, los juegos. Mi padre aprieta mi mano, cuando el último camión, voltea de golpe en el suelo y el aire se llena de olor a petróleo y cemento, haciendo desaparecer para siempre el añorado suelo, casi todos han salido a los pórticos a ver aquel evento, a todos ha provocado el mismo efecto. Yo me quedo en la acera parada. Está atardeciendo, veo la senda gris, que lo cubre ahora todo. sin mediar reflexión alguna y sin dejo de arrepentimiento, hundo mis pies en cada uno de los tramos del fresco cemento, voy saltando en cada separación como un nuevo juego, al que todos mis amigos de pronto se han unido riendo, solo para revelarnos, dejando improntas en el cemento, en venganza por quitarnos nuestra calle y con ella nuestros maravillosos recuerdos
OPINIONES Y COMENTARIOS