1
FARO
En la mágica distancia nocturna del pueblo al mar, el farolero ve la cúpula del faro fabricado por el afán de los hombres de guiarse en altamar desde los puertos miserables. Se dirige hacia el faro que está entre los espolones, cerca de la playa, sabe que es peligroso el estrecho sendero de pedregones y de caracoles muertos y, puede resbalar y caer en las rocas. Conserva en la mirada un brillo juvenil, aunque es un anciano vigilante. Se detiene un instante en la cuesta del camino, ilumina la ruta con una tenue luz de linterna, siente que se resquebrajan sus huesos de cansancio. Debe abrir la diminuta puerta y entrar a subir los escalones de piedra lisa. Dura una eternidad llegar a la cima y encender el faro cuya orbital luz ilumina los alrededores solitarios. Años en ese oficio de farolero: subir y bajar escaleras, bajar y subir, encender y apagar el faro, todas las noches, mientras vigila con habitual mutismo la vasta infinitud.
2
SOGA
Entonces El Director de Obra me dijo que comenzara mi faena dándome indicaciones para amarrar bien la cuerda. Era un hombre imponente, con grandes ojos camaleónicos y un bigote estilo Rasputín. Me enseñaba su dentadura postiza y amarillenta, tratando de infundir con su sonrisa un poco de ánimo elocuente. No estaba atemorizado de hacer ese difícil trabajo. Algunos de los obreros de la construcción sacan excusas inútiles para postergar sus oficios contribuyentes a la obra en cuestión: un edificio de veinte pisos con ascensores. Como se trataba de la construcción de una gran edificación, los riesgos eran inevitables; sin embargo, teníamos todos los obreros seguros de accidente laboral, y esto permite que trabajemos con más confianza. Aunque siempre tenemos presente un inesperado accidente, pues como todos sabemos, nadie tiene la vida comprada. Presto fui a cumplir las indicaciones del Director de Obra, aunque a regañadientes. Desde la azotea amarré la cuerda a unas vigas de hierro, lo más apretado que pude. El Director de Obra me observaba impasible, desdibujó en su semblante una mueca de miedo cuando empecé, como una araña, a descolgarme a través de la delgada soga. Sin miedo, estoy haciendo mi labor. Desde acá puedo observar la cara del Director de Obra, redonda y mustia, preocupado por mí.
3
LEÑA
Me fui a trabajar a los montes de pinos y eucaliptos de La Compañía Cipreses de Colombia, talando árboles.
Una tarde desprendida del curso del tiempo, los campesinos de las veredas, contratados por La Compañía, sacaban troncos de los árboles en los bosques que rodeaban la pequeña ciudad de Caldas.
Era un buen empleo mientras tanto que me resultaba otra oferta menos agotadora.
Otras veces intercambiaba las faenas dentro de las recién descubiertas minas de carbón o lavando las arenosas peñas y pedregones en las riberas de los ríos. Pero esto lo hacía independientemente, lo que me daba ganancias por separado.
Contaba la terminación de la treintena de edad; una o quizá dos arrugas surcaban mi frente, mis ojos tenían el extraño brillo de la soledad.
Dejaba de trabajar. Una faena dura y lamentable.
Mis amigos, campesinos rústicos y trabajadores desplazados por la violencia del país, me veían alejarme de ellos, meditando, urdiendo planes imposibles en mi cabeza.
– ¿Qué le pasa?
– Quiere estar solo.
– ¿Y eso por qué?
– Tiene penas de amor.
Y se reían, despreocupadamente encendiendo cigarrillos.
– Es el delirio del trabajar duro y tanto –se aventuró a decir un colega.
– Que se vaya acostumbrando a trabajar duro –opinó otro.
Y cabeceando hacia los lados, todos los leñadores volvían, tra tra, al derrumbe de árboles y a amontonar troncos.
Hasta mis oídos llegaban los repetidos y constantes sonidos de las motosierras y las hachas.
Para evadir los sonidos que en mis atentos oídos se introducían hasta la profundidad de mis ideas, componía un triste silbido. La melancolía, sin razón aparente, me invadía. La razón de mi desánimo era el trabajo que no quería hacer más.
– ¿Qué será de mi vida? Me dedicaré a escribir… cartas, poesías… –pensaba. así lograré superar la influencia de la soledad sobre mí, a veces tan obsesiva y dominante.
4
CHATARRA
…Y ese olor a excremento que despiden los residuos, es el pan diario de mi trajinar con la carreta atiborrada de bultos y fardos, pero ni modo de conseguir otra alternativa de vida, con este empleo me alcanza un poco para comer y comprar vestidos baratos. En las tardes es más pesado empujar la carreta, esta repleta de chatarra reciclada. Es dura esta labor, y más dura cuando sé el daño que hacemos todos al planeta al no reciclar nuestros desechos. Nos evitaríamos mucha contaminación. Y entonces, vitoreo por las calles: «!Recibo la chatarra, a reciclar!». Y muchos se suman a mi causa, al menos hay algo de conciencia general.
5
ALHARACA
La luz intestina que brilla en el bar en la fría noche de la ciudad ilumina mi rostro ensombrecido. Embriagado, estoy reunido con mis amigos en un antro musical cerca a la panorámica gris de un pequeño parque, bebiendo brandy y vino de jerez, fumando cigarrillos de contrabando, haciendo de escanciadores, y todos alrededor de las paradisíacas notas de una guitarra, cantando y ofreciendo destemplados brindis por las bellas mujeres del tabernáculo.
Las manos del guitarrista se templan en las cuerdas de la guitarra y, son como rápidas cascadas. A unísono nuestras voces alegran la faena.
Cantamos canciones campesinas y bebemos de la cuba fraterna del bar.
Las mujeres del bar, que trabajan a diario en estos vericuetos del placer, no son del todo mujeres desaliñadas y descuidadas, aunque a veces dan esa sensación aleatoria de ordinariez. Mis amigos exaltados por el brandy y el vino quieren seducirlas, palparlas, sentirlas. Estamos ebrios. Pero en la fiesta todos tenemos nuestro turno de actuar, y enardecidos nuestros deseos alocados, nos abrazamos extasiados y felices a las candentes mujeres prontas a estallar. Nuestros cuerpos ansiosos empujados a la alharaca del carnaval en el bar.
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