La vida como sentido.

La vida como sentido.

Roberto Arévalo

16/01/2019

La vida como sentido


Otro día será. Y por la mañana llevaba a los chicos al colegio, y luego les preparaba bocadillos de chocolate, y llegaba la noche, y volvía a decirse otra vez: todavía no. Intentaba dormir, pero repasaba todo lo que le quedaba por hacer, y, vencido, nunca logró recordar si, alguna vez, tuvo sueños. Sonaba el despertador, calculaba su rutina, y pensaba: tendré que esperar, me necesitan. Él amaba, pero ya no era un deseo, era el miedo a perderlos, y, eso, les alejaba.

Un día vivirán sus vidas y, entonces, ya se verá.

Pero llegaron los nietos, y había que recogerlos de la escuela, y llevarlos al parque, y de nuevo esperó. Y, mientras tanto, amaba, pero sus temores conjuraban sus esfuerzos y todo se volvía insoportable. Así, el tiempo pasaba sin hacerle memoria, y él se desvanecía como si no fuese nada, pero, aún invisible, la mera conciencia de existir le causaba un dolor que sólo podía aliviar matando el tiempo, llenándolo de causas y de vida. Quizá un libro que no quería dejar inacabado lo retrasaba todo, y puede que aquellos paseos bajo los tilos, junto a ella, lo retuvieran un poco más.

Una mañana, no supo qué sentir, y creyó que, si desaparecía, ella no sufriría el rayo que atraía aquel vacío.

En el otro andén, una joven dejaba escapar trenes sin decidirse. Como él, que, no creyendo que le quedara nada por hacer, cuando sintiera el viento empujado por la máquina desde la oscuridad del túnel, se acercaría a la franja amarilla lo suficiente. La chica parecía esperar a que el metro se detuviera, y, cuando lo hizo, escribió, rápida, sobre el cristal. Logró leer, en aquellas palabras invertidas, … mójate por mí… y perdió, de nuevo, otra oportunidad. Ante las puertas abiertas, la grafitera corría y entraba en el vagón, y, al rozarle, él sintió la necesidad de seguirla, y lo hizo hasta una tapia de luminoso blanco. Agitaba el spray como se agitan las pociones mágicas y, bajo una denuncia, volvió a leer: … mójate…

Diciéndose, como siempre, otra vez será, se acercó a ella y le preguntó: ¿Dónde está ese mar?

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