La impetuosa mirada movida por la cólera contemplaba los eclipsados ojos presas del temor, de quien en alguna ocasión amó más que a su propia vida y más ahora solo era el artífice de su dolor, la muerte hubiera sido más clemente que el ser testigo de la traición de quien consideraba su musa, el dolor se convirtió en furia mezclada con un punzante dolor. ¡Oh muerte!, pensaba hacia sus adentros el desdichado, arráncame de este brebaje doloroso que punza el alma y aunque la tristeza era inminente, mayor era la furia y movida por está, solo pudo contemplar a aquella miserable procurando cubrir su desnudez con lágrimas e inútiles plegarias de perdón. Ese cruce de miradas tan efímero y tan eterno, fue simplemente el silencioso y más ruidoso adiós.

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