Qué era lo que me hacía sentir tanta admiración y abominación a la vez, por qué al sentar cabeza la corona no se ajustaba a mis términos ni condiciones… Había dejado de lado el fantasma de tu ausencia que venía a atormentarme por las noches, era pecado seguir sintiendo un placer por ti, aún en las noches de terror, porque queda en mi piel guardada tu herida. Las copas de oro, abrigos de piel, zapatos de cristal, espadas de metal, no eran nada mas que una pintura toda absurda de alguien que quiso plasmar su locura (en mí), y fui victima de todo un gran espectáculo, que penosamente solo tiene un espectador.

Me divertía mi credibilidad, porque todo era falso, el papel con que escribo mi bienvenida, la mesa, el lápiz, mis huesos y mi alma, son un reflejo de lo que quisieron que fuera, pero ya no me necesitan mas, porque ya no hay sudor que cubra mis ojos y siga pintando cuadros para vender al mejor postor.

Me siento en paz.

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