Una vez, en un circo, vi un acto donde un león y un cordero aparecían juntos y amigables dentro de la jaula. El problema era que cada tanto había que comprar otro cordero…

Treinta años. Esa era la diferencia de edad entre Ana y Victor.

Se habían conocido trabajando en una gran empresa de seguros. Victor era gerente, Ana su secretaria. Victor era divorciado, Ana soltera.

Victor estaba acostumbrado a que las mujeres se le acercaran para tratar de tener algún ascenso. Odiaba esto. No disfrutaba de la relación de poder, nunca aceptó sexo a cambio de puestos, sus superiores lo veían como un hombre cabal, y aunque ellos no lo eran, sabían que con él la imagen de la empresa estaba limpia.

Así fue que Ana comenzó a verlo como una pareja estable a pesar de la diferencia de edad. Ella no podía tener hijos, y pensó que con treinta cumplidos ya no estaba para experimentos románticos. Por otro lado, él, tenía un puesto solido, bien conceptuado, y de altos ingresos.

La empresa lo eligió para un viaje a Estados Unidos, y como él no sabía inglés le ofreció acompañarlo. Ana aceptó. Victor llamó a reunión ejecutiva con la agencia de viajes, reservó para ella en el SALISBURY, y para él en el KAHALA. Debía quedar totalmente claro que solo se verían para los compromisos laborales. Ni siquiera compartirían el vuelo. Ana apreció esto.

Terminada la segunda jornada laboral Ana quiso conocer GUNTER SEEGER. Cenaron, bebieron y se miraron. Sus inhibiciones se disolvieron en un ANGELICA ZAPATA. Tomaron un taxi hasta el motel SURFSIDE. Un tugurio, pero a nadie le importó.

Al mes de regresar Ana renunció a su trabajo, y, valiéndose de sus múltiples contactos, Victor le consiguió un secretariado ejecutivo en una empresa de primera linea con un sueldo mayor y beneficios extras.

A los dos meses se casaron. A los tres meses la compañía de seguros quebró. Era una cáscara vacía, los directores la habían vaciado, fugado y dejado al personal en la calle sin indemnización.

Victor pensó que con los contactos y la experiencia lograría un puesto similar. Olvidó que tenía sesenta años.

Al año la situación económica era alarmante. Los ahorros se habían acabado, y si bien Ana seguía trabajando, ya no podían llevar la misma vida. El piso tenía piscina, servicios centrales. y alto costo de mantenimiento. Se tenían que mudar.

Las cosas no estaban saliendo como Ana había pensado. Victor consiguió un trabajo mal pago como velador en un almacén de bicicletas.

Ana compró un perro. Casi no se veían. Cuando él llegaba ella estaba desayunando.

Cuando Ana se iba el perro no dejaba de ladrar, Victor no podía dormir.

Al otro día, al regresar a su casa por la mañana, le mostró un folleto de un collar antiladrido, Ana se negó rotundamente a ponérselo a Toribio, así se llamaba el chihuahua.

Victor no aguantaba mas. Un trabajo horrible, en el que al menos pensó que podría dormir…Pero eso estaba previsto. Tenia unas cajas empotradas a lo largo del rondín a las que debía desactivar a medida que pasaba, y pasaba cada hora. Entre los intervalos entre las rondas solía acostarse mirando las bicicletas colgadas desde abajo.

Ana comenzó a beber.

Victor comenzó a pensar en Toribio, para ser mas exacto en como eliminar a Toribio.

Estricnina. Fue a la carnicería, pidió un corte de buena calidad. Era la última cena de Toribio, merecía lo mejor. Compró en la ferretería el veneno, en teoría para ratas.

San Valentín. Ese año caía en domingo. Compró la mejor caja de bombones en forma de corazón de terciopelo, y se dirigió a su casa. La quería. ¿Y ella? Le preguntaría.

–¿Estas enamorada ?, preguntó

–¿Enamorada? No..Bueno si..Un poco…¿Qué te agarró ahora ?

Sintió su mirada. Una mirada distinta. No era una buena señal. Envenenaría al perro esa noche. Decidido. Sus dedos reptaron hasta el anillo de bodas, lo apretó y sintió un pequeño alivio.

Ana sintió remordimiento al ver la caja de bombones escondida entre la ropa de su esposo. El regalo no modificaría nada, y por eso había pasado de dárselo. Lo sabía y le pesaba. Su marido no tenía la culpa del destino que los abatía como un viento desatado en una playa bucólica.

Victor mezcló el veneno con la carne picada, lo puso en una bolsa hermética y lo guardó en la heladera debajo de los muchos vegetales que se guardaban ahí.

Ana quería darle una alegría a su esposo. Por los buenos tiempos, pensó.

Victor salió a caminar. Ana quedó sola y se puso a cocinar. Mientras preparaba la cena bebió mucho y cuando casi estaba lista bebió mas aún…No quería que su marido la encontrara en ese estado, y pensó en comer algo para que absorbiera el alcohol. No, la cena no. Eso era lo que iban a compartir esa noche tan especial. La cena no.

Revolvió la heladera hasta encontrar algo de rápida cocción, nada elaborado. Pensó en una ensalada, y al sacar los vegetales se encontró con la bolsita de carne. Hamburguesas. Eso si absorbería el alcohol, estaría bien.

Cuando Victor llegó se encontró a su esposa rígida, convulsa y vomitada. En la mesa de la cocina estaba media hamburguesa, en el horno la cena quemándose y el perro ladrando. Lo metió en una bolsa de residuos y la ató. Sus ladridos se apagaron hasta que dejaron de oírse. Pensó en llamar a la ambulancia, pero le harían preguntas y no podía explicar lo del veneno. Fue a la caja de herramientas, sacó un rollo de cinta de embalaje y con su esposa todavía temblando, la envolvió totalmente hasta que quedó rígida. Salió a su palier privado, llamó al ascensor, metió a su mujer dentro, y marcó terraza, piso treinta, la diferencia de edad que los separaba.

Primero tiró a su esposa, que cayó con un estruendo sobre el techo de un taxi. Luego saltó para encontrarse con ella, que lo esperaba abajo.

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