EL GUIÓN

Roh-clem estaba abstraído en el pequeño jardín que alegraba el exterior del claustro de Santa María del Paular. Su mirada se perdía más allá de la leyenda esculpida en lo alto de la piedra, junto a un par de relojes de luna y de sol. El grabado «Ab ortu, ab ocasu» rezaba como advirtiendo de algo terrible que el tiempo iba a traer.

El monje estaba de paso.

Allí le miraban con desconfianza aunque poco a poco el sentimiento reinante se transformó en una muda admiración, sobre todo cuando quedaba abstraído meditando largas horas que, algunos días, suponía total inmovilidad desde maitines hasta vísperas.

Rapsa’g era músico. Formaba parte de un grupo itinerante que visitaba en aquel momento el Ganges. Su instrumento preferido era el sitar aunque últimamente debía sustituir al arpista, casualmente afectado de fiebres intermitentes y muy débil para hacerse cargo del pesado instrumento de cuerda.

Con la excusa de ensayar se pasaba el tiempo trenzando arpegios, subido a cualquier loma, musitando una cantinela que los más cercanos entendían era una humilde y larga oración.

Rasatlab era un fino atleta. Puro ébano. Hijo de esclavos había conseguido la manumisión tras haber ganado fama y antílopes en las correrías tras el león en las altiplanicies etíopes. Hecho preso de nuevo, fue llevado a un pequeño país del oeste de África y luego vendido a unos negreros que no tuvieron piedad alguna. Su espalda era un mapa de sinuosas cicatrices. Demostraba una increíble resistencia puesta a prueba por la cantidad de millas recorridas y por el sobrellevar sin desmayo el duro trabajo en los campos de algodón mientras cantaba espirituales.

Fue reconocido por su sobriedad, calor humano y sus registros de bajo, con un timbre más oscuro que su piel… Eso le permitió alcanzar una definitiva libertad gracias a un pastor protestante que, viendo cerca la sombra de la muerte, lo prohijó, educó y guió en su nueva labor de auxiliar de oficios religiosos.

Últimamente se pasaba las tardes inmóvil afinando la voz junto al órgano de duro fuelle, entre penumbras primero, después a la luz de los últimos rayos que se colaban por la única vidriera de la iglesia del pueblo.

«¿Puede terminar de una vez? No tengo todo el día y no veo que relación tiene lo que me cuenta».

«Verá. Ahora los tres personajes se encuentran, en otra dimensión, junto al oasis de Djanet.

Sus nombres, invertidos, aquí son: Melchor, Gaspar y Baltasar.

En tanto en cuanto en sus lugares de origen se mantienen en inmóvil meditación, sus energías hacen desdoblar sus cuerpos que, traducidos en una imagen fatua, les permiten reunirse, según un mutuo acuerdo, en otra ubicación.

Allí debaten, meditan, trascienden.

Pasan del Tassili al Ahaggar. Luego se dirigirán a los campamentos saharauis de Tinduf. Allí remedarán lo que hicieron hace siglos, pues estos personajes se trasladan no sólo en el espacio sino también en el tiempo. De hecho sus realidades cotidianas no son contemporáneas…»

El editor interrumpe, a punto de estallar su carótida, rojo de ira.

«¡Baaasta…! ¡No más…! ¡Fuera…, márchese con su basura y no vuelva…!»

El autor retrocede perplejo y asustado. Ante una posible agresión da media vuelta abre las distintas puertas, tropieza, cae, sale al descansillo y se precipita a grandes trancos escaleras abajo. Arriba quedan esparcidos por el suelo del pasillo los apuntes del guión.

«¡Faltaría más que perdiera el tiempo con ese pollino!»

Y comienza a recoger los folios al tiempo que los hojea con creciente interés.

LA REUNIÓN

Los tres están hablando al tiempo. No mueven los labios pero asienten de vez en cuando. En algún momento esbozan una sonrisa que llena de hermosura los tres rostros, ligeramente iluminados por el resplandor del crepúsculo sobre la hamada que se enfría rápidamente. El discurso sube y baja como un bajel deslizándose sobre las arenas onduladas de las dunas errantes. Es como el hervor del agua. Acompasado. Cálido. Luego se evapora en forma de nubes que originan variados espejismos.

Cuchicheos de viento y rocas quebrándose.

Se han puesto de acuerdo. Marcharán a saludar a un niño en los campamentos de refugiados de Tinduf.

«Té, amargo como la vida, suave como el amor, dulce como la muerte… que nunca es definitiva»

Ríen al tiempo que empiezan a fundirse en una vorágine que se desplaza cual simún camino del oeste.


EL DEBATE

«¡Tenía que volver otra vez, lo sabía…, no tiene remedio!»

«Déjalo ya, Gabriel, ÉL es EL-QUE-ES y, además, muy SUYO. Si se empeña en bajar de nuevo a ese muladar no vamos a convencerle de nada»

«Pero es que apenas hace dos milenios y la chusma que habita el planeta ha empeorado con el tiempo. Si no, que se lo digan a Miguel que anda haciendo lo que puede por Vladivostok. Además, Sabuiah, tu nombre significa Dios-que-te-cura-con-su-bondad, ¿no?, sin embargo no haces honor al mismo y estás más terciado que Lucifer, Dimah y Maalik juntos…»

«Gabriel, tiemblo por primera vez. Ha ordenado reunir todas las escuadras. Peor aún, ¡ha perdonado a los réprobos!

Mandó de nuevo a las Manifestaciones Regias a un arenal perdido en el Sáhara. ¿Te acuerdas de la leyenda del Gran Inquisidor que imaginó Dostoiewsky en el asunto de los Hermanos Karamazov? Pues de eso nada. Ni cárcel, ni Sevilla.

Y lo que es peor, ni Virgen, ni carpintero.

Viene con toda la Flota de Orión y ha puesto en alerta a todo el Conjunto de Asalto del Enésimo Universo Alternativo. Pero lo que me preocupa en grado sumo son sus últimas palabras: ¡💥 SE VAN A ENTERAR💥!


EPÍLOGO

Un monje, un músico y un negro atlético pasean plácidamente entre los pobres barracones de un punto perdido del desierto, cerca de la frontera del antiguo Sahara Occidental Español. Se detienen junto al puesto sanitario donde una joven madre soltera está dando a luz.

Mientras tanto, se abre el cielo y una infinidad de sombras se van acercando al tiempo que se escucha, atronadora, una potente música de trompetas.



NOTA: LEE «AJUSTE DE CUENTAS»








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