Al parecer estaba condenado a soñar todas las noches con aquella hermosa melodía. Era una pieza magistral de avanzada composición y de una enigmática estructura que jamás pude referenciar de lo conocido por mi oído. Si Bach era lo más alto que llegó el ser humano en cuanto a música, en mi sueño estaba presenciando algo que lo transcendía.

En el sueño yo era cada instrumento, cada cuerda, cada acorde y cada nota. Era todos los sonidos a la vez. No había director: la música simplemente entraba en la madera y en el metal de las herramientas sonoras y las poseía con gran misteriosa fuerza, haciéndolas vibrar y retumbar a la merced de un oleaje de pentagramas, cuyas notas estaban plasmadas sobre infinitas páginas de papel firmadas por un anónimo que me hablaba a través del sonido de sus pensamientos cifrados en la escala cromática de aquella composición. En todos los casos jamás logré escuchar la pieza completa.

Cada noche despertaba de aquel hermoso sueño, mis ojos se abrían de golpe y el susto me hacía olvidar prácticamente todo. Mi memoria jugaba contra mí al tratar de reconstruir los recuerdos oníricos, diversos fragmentos de pensamientos inventados y pedazos de otros sueños se intercalaban y contaminaban el delicado lienzo que tanto intentaba rescatar de entre los escombros de mi subconsciente.

Ahora, en el lecho de mi muerte, escucho vagamente los primeros acordes de aquella pieza. No sé si podré ahora escucharla completa, o si después del sueño posterior a la vida (ese que llaman muerte) despertaré olvidándolo todo nuevamente. O peor aún, reencarnaré exactamente en esta misma vida, siendo mi tormento repetir cada noche y cada sueño, y seguir sin recordar ni saber cómo termina esta pieza.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS