El miedo es la fuerza más formidable de la naturaleza. El miedo puede bloquear la mente y nublar los pensamientos. Quien se apodere del miedo puede conquistar el mundo.
Machete sabía que para someter a la población a cumplir su voluntad sólo bastaba con una cabeza. No importaba si era de blanco, de negro, de indio o de mestizo; sólo tenía que ser una cabeza. No podía ser una mano o un pie y mucho menos el tronco corporal. Debía ser, necesariamente, una cabeza. La razón era sencilla: cualquier otra parte del cuerpo que se apostara como ejemplo, podía dar una interpretación errónea de la situación. Una mano o un pie, en medio de un puente, puede ser dilucidado como un accidente. La gente empezaría a esparcir el rumor de que un desafortunado peatón, en un desafortunado suceso, había perdido la parte señalada. El mensaje, entonces, carecería de la claridad requerida para el fin previsto.
El miedo ha sido el motor de la evolución de los seres vivos, el miedo guarda cierta simetría con la supervivencia. Sólo hay que mirar la complejidad en el camuflaje que desarrollan algunas especies como protección, para hacerse una idea de lo que el miedo es capaz de lograr. El miedo es tan natural como la muerte.
La cabeza, por sí sola, no bastaba para infundir el temor de las masas. Una cabeza tajada del cuerpo sin ninguna otra señal de maltrato, dejaría un margen de duda entre los más incrédulos; por esa razón, antes de cercenar con un solo golpe la extremidad, Machete se tomó la molestia, con sus propias manos, de provocar uno que otro hematoma en el rostro, un puñetazo en el ojo izquierdo, una pequeña fractura en la nariz y como toque final: arrancó las orejas y las metió luego a la boca. Con eso el objetivo se cumpliría a plenitud.
Todo el que se deja dominar por sus temores se convierte en esclavo de sus propias emociones y pierde la noción de la realidad.
La posición en que debía ponerse la cabeza también era importante; por ello, Machete tuvo que recalcarle a sus súbditos cada detalle de la empresa:
El rostro tenía que ser ubicado de forma horizontal, con el perfil derecho sobre el pavimento y con la mirada hacia la caída del sol, eso facilitaría la toma de fotos y mostraría, además, la limpieza del corte y lo grotesco de los órganos en exposición. No podía situarse en el centro del puente, debía ser ubicada en la pendiente que daba del pueblo a la salida de éste; ya que la sangre destilada por la extremidad debía bajar hacia la población. Ese pequeño hilo de sangre también tenía su función.
La religión, por mucho, ha sido, históricamente, la más beneficiada con el miedo. El mero hecho de pensar en una condenación eterna; llámese Helheim, Tártaro, Gehena, Inframundo o infierno pone a más de uno a pensar antes de hacer algo “malo”.
La noticia se propagó rápidamente por los alrededores. Algunos curiosos se acercaron al lugar de los hechos para comprobar los rumores; otros, más sensatos, se resguardaron en sus casas. Como lo esperaba Machete, el miedo, apoyado por la prensa y las redes sociales, cumplió con su labor. El pueblo, aterrorizado, estaba listo para ser cosechado.
La siega inició unos días después. Matones de caras planas e inexpresivas pasaron casa por casa recogiendo la cuota para el “mantenimiento de la seguridad de la población”. Pistola en mano posó el miedo su silueta sobre los corazones de los habitantes.
Desde ese día el silencio, vestido de indignación, encarceló a las palabras y las condenó a ser susurro. Sólo los murmullos de los rezos, acompasados con el son de los grillos, acompañaron las noches sin nubes, sin estrellas, sin risas.
Quien se libera de los estigmas impuestos por sus propias creencias puede someter al miedo. Quien no cree, no teme ¿Cómo temerle a algo en lo que no se cree?
Machete, en su trono de sombras, también era víctima del miedo. Éste lo había confinado en una jaula de oro, de la que salía con mucha precaución para atender sus negocios, pero a la que siempre regresaba como el pájaro que nace en cautiverio y siente la necesidad de protegerse bajo las rejas.
A veces, en las álgidas madrugadas, se levantaba acosado por terribles pesadillas que vaticinaban su destino. En ellas veía a las autoridades jugando futbol con su cabeza.
El miedo, como la muerte, es indiferente a los prototipos del hombre. Él no tiene preferencias y embiste a todos por igual.
En su lujosa celda empotrada en mármol, junto al jacuzzi, Machete había asentado una hermosa efigie de la Virgen de la Candelaria; en ella, como en otros tiempos harían los Cruzados con el crucifijo, encomendaba la divina protección de sus iniciativas. La filigrana dorada de la venerada figura no pudo soportar el impacto de la onda explosiva que alcanzó también al afamado criminal, quien terminó esparcido sobre la fina loza de su jacuzzi. Sólo una mano se halló en el lugar.
La superstición es un arma infalible del miedo. El ser humano, históricamente, ha buscado en el más allá, la respuesta a las incógnitas que no ha sido capaz de resolver con su propio intelecto.
Machete tenía razón, una mano no es suficiente para dejar claro un mensaje.
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