Nos encontrábamos en la pista de aterrizaje en el Aeropuerto Internacional de Denver, llegábamos a la provincia del estado de Colorado en USA. El comandante de la nave daba la autorización para la apertura de la puerta de salida. Celia mi mujer, me despertaba, el viaje fue largo. Recogíamos las maletas y nos dirigíamos hacia la salida donde nos espera una especie de automóvil lujoso.

El guía del aeropuerto abría las puertas traseras para que nos colocáramos con comodidad. Una pequeña luna de cristal opaca empezaba a bajar frente a nosotros. A través de ella, el chofer con una voz bronca y de manera áspera, sin que pudiéramos verle el rostro, hablaba:

—Buenos días señor Adrián y señora Celia, nos dirigimos hacia la ciudad de Vail, en el condado de Eagle. El tiempo estimado de llegada será a las dieciocho horas, tendrán unas dos horas en vuestro alojamiento para descansar y vestiros. Estáis invitados a una fiesta de honor que comenzará a las veinte horas, debajo de esta ventana encontraréis una reducida mesa donde apreciaréis; una botella de champán con dos copas de bienvenida, agua, refrescos y comida rápida—. De forma automática la ventanilla subía con celeridad.

Celia me miraba a la cara con una leve sonrisa, me daba un beso en mis labios. Yo mientras tanto seguía un poco inquieto, preocupado…

Sabíamos que veníamos invitados a Estados Unidos para recoger un premio que me otorgaba la Metropolitan State College of Denver por mi último descubrimiento en antropología de negocios y de empresa.

En el largo recorrido en el vehículo conversábamos, a la vez bebíamos y comíamos algo. El único problema que teníamos es que no veíamos nada a nuestro alrededor, y para nada se comunica el conductor con nosotros.

Al bajarnos del coche, la temperatura exterior era de unos menos ocho grados bajo cero. Aparecía la noche y comenzaba a nevar. Ya dentro en la recepción, una amable chica nos atiende.

— Buenas noches, señor Adrián. Soy la señorita Sylvie. La habitación que tienen reservada será nuestra suite. Os acompañaré hasta ella.

Mientras íbamos caminando por un angosto pasillo enmoquetado dirección al ascensor, el botones recogía las maletas.

Salimos del ascensor y la habitación se situaba a la izquierda de un precioso corredor todo rodeado de madera de cedro rojo y preciosos cuadros. Al abrir la puerta Sylvie y colocar las maletas en su interior Joseph, el botones, se despedían de nosotros con gratitud.

La habitación se reparte con una agradable entrada. Un salón con una espléndida chimenea, y, a la derecha aparece una cristalera de forma rectangular. En su izquierda un dormitorio con un vestidor, y un suntuoso cuarto de baño con forma circular rodeado de transparentes ventanas. Cual en su interior predomina un opulento jacuzzi.

Me sentaba en el sofá cercano a la chimenea y observaba a través del cristal que la nieve no cesaba, se escuchaba a la vez un fuerte silbido por el bóreas.

Las luces de las lámparas se debilitan de formas intermites. Celia se encuentra en el baño. El equipaje ya lo tiene recogido, ordenado y colocado en el pomposo vestidor. Suenan los teléfonos de la habitación; hay tres, uno que tengo cerca en una reducida mesa cercana al sofá, otro en una de la mesita de noche, y el último en el cuarto de baño. Tardo unos segundos en levantar el auricular.

— ¿Hola…? ¿Hello…?

Nadie contestaba, sólo escuchaba sonidos inescrutables.

Me mantengo a la espera, y de manera súbita escucho la voz de Celia en su angustia.

— ¡Adrián!

Con inmediatez, comunica la llamada. Levantándome del sofá sin plantar los pies en el suelo, salgo corriendo lleno de pavor en dirección al cuarto de baño. No puedo abrir la puerta.

— ¡Celia! ¡Por favor contéstame!

No escuchaba nada en su interior, el silencio del cuarto de baño era aterrador.

Me dirigía hacia la mesilla, descuelgo, marco el número de recepción pero no hay línea telefónica. Me desplazo hacia la puerta de salida y no consigo tras varios intentos poder abrila. Sin saber qué hacer en mi agonioso estado, me acerco al minibar e ingiero un repleto vaso de whiskey.

Buscaba los móviles particulares y ningunos funcionaban. Mi malestar empezaba a ser desesperado, confuso. Volvía a tomar más whiskey. Seguía golpeando la puerta del cuarto de baño y no lograba nada.

— ¡Celia! ¿Adónde estás?

Empezaba a sollozar sin control.

Me acomodo en un sillón cercano a la cama. Me siento cansado, adormecido y flojo. Doy otro buche de whiskey y la copa se cae de mi mano.

De nuevo, el teléfono sonaba. El sonido sólo venía del baño. Soñoliento me percato que la puerta está entreabierta, la empujo de manera sutil con la mano derecha, encuentro un charco de agua en el suelo que provenía de los bordes de la bañera de hidromasaje. Tono a tono, el teléfono sigue sonando. Está situado al fondo, cercano a un inodoro. Celia no está…

Con todo el pavor que me corresponde, me voy acercando al teléfono con lentitud, sigue sonando. Me tiembla la mano con la misma palidez de mi rostro, mi corazón palpita de manera paulatina. Me cuesta respirar. Cojo el teléfono, coloco el receptor en mi oído durante unos segundos y escucho una voz con distorsión.

— Celia está con nosotros, somos la empresa CyberFuture—. Tras un fuerte gemido pierdo el conocimiento.

Sonaba un estrepitoso ruido y abría los ojos.

A continuación de unos segundos, me doy cuenta que es el despertador. Marca las siete. Voy al cuarto de baño, me enjuago la cara y observo mi pálido rostro. Aún sigo sin encontrar trabajo.

Suena el móvil y al cogerlo escucho las siguientes palabras…

— Buenos días, ¿el señor Adrián Muñoz?

— Sí, buenos días… ¿Quién me llama?

— Soy la señorita Celia, le llamo de la empresa CyberFuture, si usted puede y le parece correcto le haremos una entrevista para el próximo martes día diez de este mes. ¿Qué le parece?

— ¿Oiga? ¿Adrián? ¿Sigue usted ahí?

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