Recuerdo entre las gotas

Recuerdo entre las gotas

Da un último paso antes de frenarse en seco ante el semáforo. La lluvia y su miopía no le permiten observar con absoluta claridad el contorno del muñeco, pero su color es indudablemente rojo. Quizá tirando a carmín, o quizás hacia granate. No está seguro.

Su reloj marcan las 3 en punto. Hace 15 minutos que está llegando tarde, y su madre no soporta que no haga uso de la puntualidad que le educaron. Pero su rebeldía va innata desde incluso antes de su nacimiento.

Entonces, empieza a hacer cuentas mentalmente de lo que debe de tardar para que el verde domine el paso de peatones y pueda continuar su marcha, pues tiene ya interiorizado la duración de ese bendito, por los recuerdos, cruce. Y al acabar, y con 12 eternos segundos por delante, observa como alguien ocupa el flanco izquierdo de su posición. Su paraguas le tapa la vista, pero observa 2 pares de zapatos de desigual tamaño y un pantalón de pana verde oscuro teñido por el charco de la esquina.

Cuando levanta un poco el plástico beige que le cubre de las ágiles gotas de agua se maldice por la que consigue colarse entre el hueco de su camisa, pero observa a un abuelo cargando con la mochila de su nieto, que espera obediente a la señal para continuar disfrutando del clima otoñal que impregna la Gran Vía.

Entonces, cuando los automóviles reciben el aviso del ámbar y él se dispone a cruzar al otro lado, el tiempo se para. Ya no suben coches a toda velocidad. El agua ya no corre calle abajo. Y alguien le habla desde las alturas.

-Jaime, ya está bien. Te lo llevo diciendo todo el camino. Deja de jugar con tus cordones, y átalos de una vez, que aún te vas a hacer daño.

Diligente, reduce todavía más su tamaño y abrocha correctamente los cordones de los negros mocasines que le regalaron sus tíos por su último cumpleaños. Los está estrenando, y quiere que le duren todo lo que resta de curso.

Entonces, observa la figura que le deniega el paso desde el otro lado y se pregunta si habrá alguien, además de él, que sepa exactamente cuánto tarda en ponerse en verde el semáforo. 12 segundos faltan, se dice a sí mismo, para estar un poco más cerca del calor del sofá.
La voz rota de su abuelo le sorprende. «Venga, vamos ahora que no viene ningún coche» le dice apremiándole con un tirón del brazo. Al acabar de cruzar le dice al oído que eso no se hace, pero que siempre se pueden hacer excepciones. A lo que le sigue una sonrisa.

El pitido del Volkswagen negro le saca de su ensimismamiento. El abuelo y su nieto ya han cruzado la calle y a él le quedan los segundos suficientes para hacer lo propio, pues el fulgor verdoso ya está empezando a parpadear y poner nerviosos a los conductores que esperan ansiosos a arrancar. Apura el paso y, encontrándose «a salvo», escucha a la pareja de viandantes que le acompañan en la espera. «Andrés, eso no se hace eh. Sólo por esta vez.» Y Jaime no puede hacer nada más que sonreír, y volver a recordar.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS