Tanya sigue a Mijaíl, su marido, que camina a buen paso por un barrio residencial empujando un carrito de supermercado que contiene diversos objetos metálicos o con partes metálicas y también ropa vieja. La misión de Tania es mirar todas las papeleras de la calle en ambas aceras y ayudar a su marido con objetos pesados o grandes que suelen encontrar alrededor de los contenedores de reciclaje repartidos por las calles. Va abrigada con capas de faldas hasta los tobillos, camisas largas y jerséis que no son de su talla. Lleva un pañuelo en la cabeza. Están en la calle desde las siete de la mañana. Tienen que madrugar porque, aunque patrullan por la zona asignada, siempre hay algún lobo solitario que se puede adelantar y coger lo que ellos consideran que es suyo, para eso pagan su porcentaje a la organización.

Carlos Ortiz los viene observando tras una de las ventanas de su casa desde que han entrado en su foco de visión. Está de pie con una taza de té bien caliente en sus manos. No le gusta esta gente, no lo puede evitar. Hay algo agresivo en su manera de comportarse.

Al pie de unos contenedores, Mijaíl ha visto un par de monitores de ordenador antiguos. Él sabe que no valen nada, pero en su interior hay muchos componentes metálicos y cable de cobre. Coge un martillo grande que lleva siempre en el carrito y empieza a golpear con saña la carcasa del primer aparato. Una vez destrozado, tira de los cables de cobre y de los transformadores y consigue arrancarlos. Lo mete todo en el carrito.

Carlos sigue mirando la escena. No le parece buena idea lo de los martillazos, las pantallas de esos monitores son de tubo. Debería avisarles, pero no sabe cómo, no le entenderían, o no le harían caso.

Mientras tanto, Tania se ha acercado a donde su marido y observa las maniobras de éste con curiosidad; no sabe por qué está rompiendo esos televisores hasta que ve los cables y los transformadores. Sonríe. Se siente orgullosa de su hombre. Además, parece contento, y eso la tranquiliza. Luego Mijaíl empieza a golpear el otro monitor. Tania se agacha para ver bien lo que hay dentro.

Carlos empieza a sentirse realmente inquieto. La mujer no tiene la culpa de que su marido sea un bruto y es la que se puede llevar la peor parte. Tiene que decirles algo.

En ese momento, el tubo de rayos catódicos implosiona y decenas de pequeñas esquirlas de vidrio, plástico y metal salen despedidas con violencia. El hombre tiene suerte y solamente recibe impactos en el pecho y en los brazos, protegidos por un abrigo, pero la mujer ha salido despedida y está tirada en el suelo. Aterrada, llama a gritos a su marido. Éste, asustado y confuso, intenta quitarle algunas esquirlas clavadas en la cara, pero Tania grita aún más.

Carlos maldice. Busca frenético el móvil y marca el número de emergencias. Luego abre la ventana y le pega un grito al hombre mientras le enseña el móvil que tiene en la mano.

Mijaíl oye una voz procedente del edificio de enfrente y mira. Un hombre, asomado a una ventana, le grita y le enseña un móvil que lleva en la mano. Mijaíl duda unos instantes y luego coge a su mujer, la sube al carrito de mala manera y empieza a empujarlo lo más rápido que puede.

Carlos los observa, todavía con el móvil en alto, hasta que doblan la esquina de la calle. Le parece haber oído que el hombre repetía entre sollozos Tania, Tania, Taniushka… Deja de gritar. Entonces oye una voz procedente del teléfono. Consigue serenarse y le dice a la persona que está al otro lado de la línea que ya no puede ver a los posibles heridos, que han salido corriendo. Le responden que enviarán una patrulla. Carlos echa un último vistazo a los restos desperdigados de los monitores y cierra la ventana. Hoy hace mucho frío.

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