CALLE MAESTROS DE ESCUELA

CALLE MAESTROS DE ESCUELA

Entre faltas de ortografía y subrayados de tinta roja nos enseñaron que lo importante no era una carrera para vivir sino preparar y templar el alma para las dificultades de la vida. Entre renglones torcidos nos forzaban a una caligrafía perfecta de las palabras “tolerancia” y “respeto”. Nos dijeron que no pasaba nada si no se podaba la selva y que corría más prisa regar el desierto. Entre rimas y métricas, todos los días nos incitaban a buscar en el diccionario la palabra “solidaridad”. Entre impolutas banderas patrias, intentaban escribir nuestras vidas en cuadrículas de trazos suaves sobre el vientre preñado de un futuro incierto.

Ante los límites, el desánimo y el cansancio se convirtieron en puentes de alfombras y nos invitaban a cruzarlos y superarlos.

En los juegos de recreo nos enseñaron que si domamos a un caballo con gritos después no esperemos que nos obedezca cuando le hablemos.

Entre tachones y borrones nos cogían el pulso para corregirnos los errores transmitiéndonos “serenidad y perseverancia”. Nos inculcaron que la educación no es cara, que lo realmente caro es la ignorancia. Entre castigos y riñas nos alentaban para la protesta cuando nos hirieran. Nos hablaban de “concordia” pero cuidando no perder la “dignidad”. Entre biografías de Pitágoras y de Unamuno nos preparaban para el “progreso” cuando nos leían y releían aquello de “la necesidad de educar a un niño para no tener que castigar a un hombre”, y tiraban a la vieja papelera esas letras que alguien quería que aprendiéramos y nos cicatrizaran en nuestra frágil piel entre sangre y brazos en cruz.

Eran tiempos de “los niños con los niños y las niñas con las niñas”, pero nadie nos hablaba de desigualdad. Eran tiempos de clases mañana y tarde, de vuelta a casa solos (como valientes), de juegos interminables en las calles, en los ruedos, en las eras. Tiempos de “amistad”.

Don Francisco, don Juan, la señorita Anita, don Jesús, don Ramón, la señorita Mari Carmen, don Moisés, don Antonio… Tiempos donde “el don y la señorita” eran respeto y cercanía a la vez.

Eran tiempos en los que, de unos niños harapientos, apocados y tristes, había que intentar forjar un hombre nuevo y una mujer nueva. Eran tiempos donde el maestro siempre tenía razón y nuestros padres nunca osaron quitársela. Su autoridad era mutua, estaba en juego, y nuestra disciplina era instintiva e incontestable. Eran la escuela y los maestros de escuela.

He paseado por las calles de mi pueblo y, buscando un sorbito de aire fresco, frente al colegio Santo Tomás me he reencontrado con algunos restos de mi infancia. Imágenes y recuerdos con los que he intentado quitarme la sed del último suspiro que ahogamos entre las aulas de aquel añorado colegio.

Desde este antiguo campo de trigos, hoy convertido en espacio restaurado, he saboreado las voces, el griterío, los llantos, las risas inocentes, las tablas de sumar y multiplicar que aprendimos antes que dividir y restar; las rabietas, el olor a tiza, las pastas repelosas de los cuadernos de caligrafía, los dictados contra la dictadura; el color verdiblanco de las pizarras, de los campos y la naturaleza; el sabor de las gomas de nata; las canciones susurrantes que nos hablaban de “libertad”; los perfectos mapas de geografía nacional donde aparecía Castilla la Vieja dentro de una España vieja; los poemas sobre la «paz”, sonoros, llenos de sugestión y tentación de Machado y Gloria Fuertes; las repletas cajitas de plastilina e inusuales tizas de colores con las que hoy pintaríamos grandes banderas de arco iris; el patio donde enfilábamos cada mañana, y en el que a pesar de colocarnos cara al sol, todavía se podía contemplar en el cielo restos de la estela que al alba, en la madrugada, había dejado la luna llena buscando su libertad; los diminutos pupitres gigantescos; las ventanas a través de las que veíamos el discurrir del pueblo, la lluvia y los rayos de sol…

Seguramente muchos de mis paisanos y paisanas no lo sepan. Pero existe un barrio en nuestro pueblo cuyas calles llevan xerografiadas y tatuadas palabras y valores que un día intentaron inculcarnos aquellos Maestros de Escuelas de entonces y que hoy, desde otros raíles pero buscando las mismas estaciones, siguen luchando en este complejo rompecabezas de archipiélagos de infinitas islas.

Y lo hacen entre desguaces, recortes y la sensación de cordero que va camino del matadero… si el pueblo no lo remedia.

En ese barrio existen calles con nombres como Paz, Solidaridad, Convivencia, Respeto, Libertad, Entendimiento, Concordia, Igualdad, Perseverancia, Progreso…

Y en el epicentro de esas vías públicas aparecen dos nombres que lo simbolizan todo: avenida Maestro Juan Ruiz (nuestro querido y añorado maestro y director), y calle Maestros de Escuela.

“Un Profesor es el que te enseña y un Maestro es aquel del que aprendes”, me recordaba hace tiempo un veterano educador ya jubilado.

Y pienso que hoy muchos podemos convertirnos en maestros, si volviendo a hacer el camino viejo, aprendemos el nuevo. Pues eso.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS