En las esquinas del vivir

En las esquinas del vivir

Estaba frente al espejo haciéndose los últimos retoques. Sabía que era importante destacar, pero sin la necesidad de pintarse la cara como un cartel. Se puso la diadema, se retocó el pelo de un modo que le diera volumen y un aire desenfadado, subió las pestañas, ya pintadas, con los dedos; delimitó bien la línea negra de los ojos y perfiló los labios. Al acabar miró el reloj, como si de veras le importara la hora, mientras su mano se dirigía decidida a lo que podrían ser puntos cardinales. Llaves. Tabaco. Dinero. Neceser.

Fue en ese momento cuando se sorprendió al sentir como nacía en sus labios un alegre ademán que acabó por convertirse en una mueca de sonrisa derrotada. Ese simple gesto a modo de persignación le había conectado con su infancia y los domingos de misa junto a su madre. Por un momento pensó que le rompería el corazón si supiera de sus circunstancias, pero también sabía que, más allá de cualquier juicio, entendería que una madre era capaz de hacer cualquier cosa por su hija. Es por eso que tuvo que hacerse esta mala promesa. Sintiéndose noqueada por la realidad ya poco importaba como empezar.

En su primer día de trabajo sale a la calle creyendo en la prosperidad de estas nuevas tierras y se dirige diligente a hacer su labor pensando que, aunque este mundo le sea bien desconocido, podrá tirar de la coreografía del cliché. Decidida, sorteando los escupitajos que unos niños tiran desde un sucio balcón, consigue llegar a la esquina de la calle 23, donde se sitúa prudente para no levantarle el terreno a nadie.

Al pasar los minutos parece ser que todo sigue la normalidad y nadie requiere de sus servicios, pero algunas de las chicas empiezan a reunirse en diferentes corrillos porque advierten que puede ser competencia directa. Por fortuna no es el centro de atención durante mucho tiempo, ya que a unos metros a su derecha se inicia una pelea.

A tres portales de distancia está sentado el motivo de la disputa. Un señor de unos sesenta años, grasiento, barrigudo, desaliñado, con la nariz roja y las ganas gastadas, que contempla el duelo de las dos chicas a la espera de que la ganadora sea la merecedora de sus tributos. Frente a tal espectáculo, ella no quiere ser indulgente ni ver como acaba ese circo romano, por lo que se dirige al hotel de la calle más concurrida de la ciudad.

Tan solo llegar presencia como un hombre que se cree con dominio de dueño puja por la compañía de una mujer. Ella tiene muy claro que no quiere acostarse con él y declina su oferta, pero el hombre no para de aumentar las cifras con la intención de que sus palabras suenen a hechizo y de paso, hacer con ello una concesión a la dignidad. Aunque lo que ella rechaza con un férreo convencimiento se transforma en súplica. No sucumbe. Elige. Su alma no está en venta y no es carne fácil de meterse en la boca.

Tras este episodio decide sondear otras zonas. Sabe que otro punto interesante donde puede trabajar bien y con otro perfil de cliente es el conocido teatro de la ciudad. Una vez allí debe esperar varias horas hasta que un hombre se le acerca y le propone un encuentro correcto, previo pacto.Van al hotel, entran en la habitación y trabaja.

Cuando todo terminó pensaba que podría mantener su centro intacto, ya que una intimidad solo existía frente a otra intimidad, pero no pudo evitar sentir una sensación retroactiva de profanación ilícita. Salieron del hotel y sintió como el peor de los insultos que su cliente acogiera unas llamadas con el mejor de los ánimos. Tenía ganas de llorar, se sentía sola y se añoraba. Pensaba como sería salvarse en los brazos de su madre, y se le ocurrió que una tenue manera de compensarlo sería buscando un poco de su país en un pasillo de supermercado.

A día de hoy no sabe si algún día, a modo de condicionamiento pavloviano, podrá acostumbrarse a ser inmune a cada silbido que le dirijan, pero cada día inicia su viaje desde la misma casilla de salida en la esquina de la 23. Sigue con el mismo ritual, pero se pone la diadema como la mejor de las coronas, sintiéndose merecedora de cualquier trono que elija. Entre sus veintisiete años y una vida por delante, entre sus mayores ilusiones y sus peores miedos, entre unas manos desconocidas bogando por sus medias negras y la suerte de su falda corta…en las esquinas del vivir.

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