Calle de la Justicia

Calle de la Justicia

¡Vivo!

Sí, porque eso significa la vida en su más pura acepción científica y encaja muy bien con lo que ha ocurrido desde que nací como calle. Al poco tiempo, al menos para mi longeva vida, experimenté un crecimiento significativo. Comenzaron a aparecer a ambos lados de mi eje principal las primeras construcciones, en cuyos pisos bajos se instalaron comercios, bancos, restaurantes… que me dieron prosperidad y renombre; supongo que en ese desarrollo algo tendría que ver, asimismo, mi ubicación, muy céntrica. Y en algunos edificios más altos se abrieron oficinas importantes cuya dirección, poco a poco, fue haciéndose con todas las plantas disponibles, modernizándose también por fuera y dando lugar a un paisaje urbanístico que nada tenía que ver con lo que había antes.

Pero, por lo que he visto, un ser vivo también se relaciona con su entorno, siente, participa de él. Yo he sido testigo mudo de amores y desamores en apartados rincones. Y lugar de juegos de los más pequeños, que han correteado felices por mis aceras. En mi seno se han producido encuentros cordiales pero también peleas callejeras, negocios verbales que acaban en un estrechamiento de manos, obras que me han horadado hurgando en mis entrañas, pasos alocados de vehículos con luces y estridentes sirenas. Todo lo soporto porque siento que es mi condición, servir de soporte y lugar de encuentro a los humanos.

Siguiendo con la definición de vida, un ente vivo también se alimenta. Es una necesidad imperiosa consustancial al hecho de sobrevivir. Pues yo también me alimento, de desechos que voy encontrando que no merecen vivir. Si pudiera hablar, contar lo que hago, quizá mi existencia acabase en ese mismo momento. Terminarían por despoblarme, por dejarme vacía de toda la humanidad que contengo, para después meter esas horribles máquinas que excavan y levantan todo. No obstante, algún día puede que muera en el olvido o, sencillamente, desaparezca del mapa porque la ciudad se haga más grande y se opte por absorberme en avenidas amplias, deshaciendo mi esencia. Pero esto no dependerá de mí. Es un hecho ajeno e insalvable del que no merece la pena preocuparse.

Me pusieron por nombre Justicia. No sé qué diantres significa eso. Solo sé que hay acciones que no puedo permitir. Si un banco, una joyería, cualquier comercio o un simple ser humano desvalido es atracado, me entra un hambre repentina y atroz, al igual que si presencio un ignominioso ataque a los semejantes o un abuso de poder. Eso no puedo consentirlo y entonces devoro. Ellos no lo saben pero los conduzco hábilmente en su huida hasta apartados lugares de mi ser, sitios donde creen hallarse a salvo, escondidos hasta que pase el peligro que los acecha, sin darse cuenta de que ahí es donde está el verdadero y fatal término de su existencia, mi garganta, la que muevo a voluntad para posicionarla en la zona que me interese. Se asoman con precaución pero, en un tris, son succionados y desaparecen. Nunca más se vuelve a saber de ellos.

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