En algunas ocasiones nos sentimos atrapados por las decisiones que hemos tomado, por las situaciones que afrontamos sin meditar, por los muros que encontramos en el camino o por los que pintamos en la vida y que sólo a dar un paso adelante podríamos abandonar, pero al contrario queremos estar en ellos, sostenerlos a sabiendas que soltarlos no va a incidir en nada lo que nos rodea.

A mis 15 años de edad empecé a sentir algo que no había explorado nunca antes, un sentimiento tan extraordinario y fuerte como peligroso, que me lleva a tener un cambio total en mi corta vida: me enamoré. Conocerlo cambió el rumbo de mi vida y dio lugar a pensar en la construcción de una familia, a una edad en la que apenas mi primer logro estaba en la espera de recibir mi grado de bachiller normalista.

En esa época de los años 90 y en el transcurso de los siguientes dos años, el concepto de familia dio un giro inesperado, yo, una niña con una familia compuesta por padre, madre y tres hermanos de orientación religiosa en la que los valores, la fidelidad, el matrimonio y la virginidad eran charlas fijadas y claras, y para esa época: no definitivas verdades absolutas, era una niña, pero quería ser una mujer y además aún le encontraba a todo la belleza que no había y la alegría que no creí perder alguna vez.

Me gradué y sentí que estaba lista para otras cosas que anhelaba, me dediqué más a esa relación que me llevó a engendrar mi primogénito con el amor más puro, el susto y la emoción a flor de piel.

Aún vivía en casa de mis padres y evité casi cuatro meses que se enteraran de mi situación, el primero en saber fue mi amado, quien se mostró feliz y un tanto asustado, él viajó para ganar un dinero extra y así poder ofrecer algo mejor al niño que crecía en mi vientre, pero fue en esa lejanía que mis padres se enteran y, no olvidaré ese momento de angustia cuando mi padre me solicita que me vaya de la casa inmediatamente por ser una mal ejemplo para mis hermanos y por haber defraudado su confianza. De ese recuerdo no hay imagen que valga, vi una madre que rompió en llanto , unos hermanos que me miraban con pesar mientras mi padre continuaba con sus palabras con las que concluyó mi salida del que fuera mi primer hogar con miles de gratos recuerdos.

No lo juzgué, salí con la ropa que llevaba puesta y busqué un teléfono para llamar al padre de mi hijo, quien venía de regreso a la capital y me dijo que fuera a su casa para hablar con sus padres…yo no quería ir, sólo anhelaba un abrazo, me sentí sola y no esperaba ser echada otra vez, pero a pesar de las condiciones, allí fuimos recibidos con unas condiciones de estadía, que fueron apenas suficientes para organizar lo que sería nuestra nueva familia, la que había soñado y reafirmado con él al lado mío y de nuestro hijo.

El niño nació un soleado día, luego de una entrega de trabajos en la Universidad, ya que con el apoyo de quien denominara esposo, pude ingresar a la Universidad Pública.

Consideraba que mi familia de padre, madre e hijo era perfecta y nada podría ser diferente, sonreía como un payaso en escena, lo que no sabía era que esa personificación, significaría más que una sonrisa del momento, podría ser usado en el transcurso de esos tiempos venideros, en lo que otros se burlaron de mí y me vieron la cara, de un disfraz para hacer creer a mi hijo ser feliz para que no estuviera triste o simplemente un reír parta no llorar;

Con la sonrisa en mi rostro, recibo la noticia de mi segundo embarazo: una niña, pero para este entonces mi pareja no se mostró tan feliz. ¿Qué sucedía? Al parecer todo de mí le molestaba y empecé a ver qué estaría mal, pero pronto descubrí que no era yo…era otra mujer con un concepto nuevo de familia, con otra hija de otro hogar queriendo quitarme del medio para que su hija tuviera un padre, pero no el de ella, si no el de mis hijos… Upsss, ahora no comprendía este modelo familiar que no me gustaba para nada. Ya tenía 20 años, cuatro semestres de licenciatura y un hijo, pero en el último término de mi embarazo de una pequeña que sufrió desde el vientre las desesperanzas de su madre…me entero que la villana está embarazada de mi amor, y allí comprendí que a nadie se debe colocar en un pedestal, yo lo consideré el centro de mi vida,… ahora mi vida se desmoronaba lenta y dolorosamente…mis triunfos académicos eran mi aliciente, pero desde allí nada fue igual.

Mi familia entonces paso a ser mi compañero, mi hijo amado, mi hija hermosa y su hermano, con la otra sombra, su hija.

Mi historia no es la de una familia de madre e hijos ni de padre y madre, es un enrevesado de dos familias con más problemas de lo común…en la que no hay espacio para la privacidad o intimidad, hijos medio felices, recuerdos y colcha de retazos…una familia que no escogí en un modelo no aprendido en casa, menos de esas formas, pero que acepté sin querer en el afán de no quedarme sin el que consideré mi único amor…y en la que en momentos me convertí en la mejor y en otros me sentí la que sobraba sin la valentía de irme, sin la razón para quedarme, luego de ello, lo peor no es peor, sino algo más que puede suceder.

Familia de doble vida, con fotos de un lado y otro, sin intención de publicar, pero que fueron tejido de historias de lo que empezara en esta narración a contar en el sentido más importante de saber tomar o no algunas decisiones en la vida.

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