EL CONFERENCIANTE

EL CONFERENCIANTE

Fran Nore

07/12/2018

Después de toda posible aventura por las hermosas calles de Madrid, encuentros y desencuentros entre paisajes urbanos y avenidas extenuantes, arribé al Hotel Eurostars en la zona céntrica de la ciudad.

Me recibió en la entrada el botones del hotel, un hombre joven y apuesto con una sonrisa formidable. Le dije que tenía una reservación desde hacía dos días. Se quedó mirándome, como repasando mi atuendo desgastado por los viajes que había hecho por toda España.

Entonces me condujo al hall del hotel, allí estaba la recepcionista que tomaba nota y reporte de los ingresos de los visitantes.

Saludó ella bastante amable. Le di mis nombres y apellidos, y empezó a buscar la hoja digital de la reservación indicada en la base de datos de su laptop.

– Sí, señor… ¿Es usted el conferenciante?

– Exactamente -confirmé su pregunta.

Y entonces hizo una señal al joven botones de la entrada, y éste solícito aceptó acompañarme y conducirme a la habitación destinada.

– ¿Y sus maletas?

– No llevo equipaje, siempre ando ligero, con este portafolios que ve aquí.

Le enseñé al joven botones mi portafolios negro.

Nos dirigimos juntos, yo detrás de él, hacia la habitación que estaba ubicada en la tercera planta del lujoso edificio.

– ¿En verdad es usted el conferenciante de bioenergética emocional?

Se volteó a preguntarme mientras volvía a enseñarme su amplia y pulida dentadura.

– Sí -le confirmé.

– ¡Qué privilegio tener a tan respetable señor en nuestro hotel!

– Muchas gracias, jovencito.

Llegamos a una puerta y me indicó con el índice de su mano el número de la habitación.

– ¡Es aquí!

Abrió la puerta con la llave que traía y entramos a la habitación.

La habitación era magnífica, con una hermosa cama de madera caoba y unas relucientes sábanas blancas.

El joven botones se ubicó al lado del mirador y descorrió las gruesas cortinas de las ventanas.

Entró demasiada luz a la estancia.

. ¡Por favor, no abra las cortinas!

– ¡Oh, disculpe…! Lo siento mucho…

Y se precipitó a cerrarlas de nuevo.

Qué pena! no creí que le molestara…

– la luz me irrita los ojos… Como estoy cansado…

– Sí… Comprendo.

Nos enfiló un breve silencio.

– Bueno, muchas gracias. Te puedes retirar.

– Sí. Pero… -titubeó- ¿Le puedo hacer una pregunta?

– Por supuesto…

– Es sobre mi novia.

– ¡Oh! ¿Y quién es tu novia? ¿La conozco?

El joven se rió ante mi ocurrencia.

– No creo. Pero es que… estamos esperando un hijo, y ella sufre mucho por nuestra relación. Es decir, ella no quería tener hijos, y ahora que está embarazada ha pensado en abortar. Y esto nos hace sufrir a los dos. ¿Cree usted que tiene algún trastorno, algún problema sicológico que la alienta a esta determinación?

– Joven, yo no trato esos casos.. eso le compete a los psicólogos y médicos clínicos… La verdad sólo doy cátedra sobre Derechos Humanos.

– Pero, mi señor, yo creo que lo de mi novia y lo mío también tiene que ver con los Derechos Humanos…

– Bueno, sí, el derecho humano a nacer es esencial, además ustedes siendo tan jóvenes deberían aceptarlo ahora que van a ser padres.

– ¡Pero ella no quiere ser madre! Nunca lo ha querido.

– Pues trata de convencerla de que tenga a tu hijo, dale mucho de tu amor…

– ¡Oh sí! ¡Amor! – y se iluminó su rostro – Bueno, no lo molesto más… que disfrute la estadía en el hotel…

– Muchas gracias.

Salió precipitado y conforme.

Ya por fin solo en la cómoda habitación me tumbé en la cama a descansar. El cansancio me venció. Tenía la primera conferencia a las seis de la tarde en El Auditorio del Ayuntamiento de la ciudad, y debía descansar y recuperar fuerzas.

Siendo las cinco de la tarde me desperté y entré al baño a ducharme. La refrescante agua aminoró mi fatiga. No me demoré en la ducha y salí a vestirme con premura. La conferencia daba inicio a las seis en punto. Abandoné el hotel con mi portafolio negro en la mano, y pasando por el pasillo de salida me crucé de nuevo con el joven botones enamorado.

Me guiñó un ojo como expresando conmigo cierta complicidad. Lo saludé sin afectación y salí a pedir un taxi, sin necesidad de decirle nada al joven botones ni de recurrir a sus servicios.

Abordé rápidamente un taxi, y éste se dirigió por las calles de la ciudad como una saeta de color amarillo resplandeciente.

– ¡El amor, el amor! -expresé en voz alta.

– ¿Qué dice? Caballero… -preguntó el conductor. ¿Es esa la dirección a la que vamos?

– Sin duda, Es la dirección de la calle a la que vamos todos…

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