Déjame tú, por favor.

Déjame tú, por favor.

Dicen que cuando llegas tarde a un sitio es porque no quieres ir.

Ese día Abadía llegaba tarde a la cita con su padre; lo cierto es que siempre que quedaba con su padre llegaba tarde.

Abadía caminaba demasiado lento como para parecer una persona que llega tarde. Se repetía en su cabeza, una y otra vez, todo el relato que había ensayado con su terapeuta mientras recordaba que el Valium le serviría para no perder el control. Su padre era la persona que más le irritaba del mundo entero.

Ese miércoles lluvioso se dirigía hacía el Vips de Quevedo. Abadía odiaba las franquicias, y lo había dicho mil veces delante de su padre, pero él, sin embargo siempre proponía ir a sitios como el Vips, el Foster Hollywood, ó el Ginos.

Ella también odiaba ir a centros comerciales, le molestaba ver como la gente empleaba uno de sus dos días libres a la semana observando escaparates. A Abadía no le gustaban las pelis de serie B, pero su padre no lo sabía. Tampoco le gustaba los best-sellers, ni los regalos impersonales, odiaba los paraguas y los chistes.

Pero amaba el café aguado con jazz bajito, el sonido del fuego en la chimenea, observar a la gente, le gustaba pintar en acuarela y el cine francés, estrenar pijamas y la música de agua.

Pero el padre de Abadía ignoraba todo eso.

Cuando llegó al Vips vio a su padre de lejos mordiéndose las uñas como de costumbre y moviendo inquietamente una de sus piernas. Llevaba la misma ropa que llevaba siempre, unos vaqueros normales, con una camisa normal y un jersey de pico normal. Abadía odiaba los jerséis de pico. Siempre llevaba un reloj para que Abadía le viera mirarlo nada más llegar.

– Tú es que tienes que estar en el mundo porque tiene que haber de todo. Diecisiete minutos tarde, bonita, a ver si espabilas ya, chata.

Abadía no había dicho una palabra todavía, se acercó a él y le dio de estos típicos besos que no son besos, que son cualquier otra cosa menos besos; un roce de mejillas sin ningún interés.

– A ver, venga que quieres. ¿Una coca-cola?

– Papá, hace tres años que no bebo Coca-cola- Abadía se dirige al camarero- Un agua con gas y limón, por favor.

– ¿Agua con gas y limón? ¿Desde cuándo bebes eso?- dice riéndose burlonamente.

Desde que me sale del coño. Piensa Abadía, pero el Valium hace que solo lo piense y no lo diga. Prefiere no dar explicaciones, esta vez. Su padre se frota las manos, hace un gesto muy suyo con la cara y mira por la ventana.

Abadía mientras mira la carta y piensa lo ridículos que son los precios de las franquicias, recuerda los puntos claves del discurso y los repasa mentalmente; no tenemos una relación sana, me cohibes, me coaccionas, me tratas como si tuviera 5 años, no me escuchas, no me conoces, de pequeña pasaste de mi y ahora es tarde, realmente quieres mantener la relación para no sentirte solo, no me apoyas, no crees en mi, no quiero que tengamos relación.

Pero en mitad de este revoltijo de ideas le volvió la frase que su madre le dijo el día anterior. Si le dejas de hablar no tienes vuelta atrás, es mejor que te dejen a dejar tú. Abadía sabía que esto era verdad, que dejar de hablar a su padre tras 30 años no era tarea fácil, le preocupaba, egoístamente, la sensación que se le pudiera quedar después de todo.

Abadía dio un trago a su agua con gas, se aclaró la garganta y se repitió: es más fácil que te dejen que dejar tú.

– Papá, me he metido a puta. Me viene muy bien, por distancia, no tardo ni 5 minutos en bajar a la calle Ballesta. Es un trabajo muy sociológico que me permite conocer otro punto de vista de la sociedad, las carencias que hay en el género masculino. Además que quieres que te diga, me saco el doble que trabajando de cualquier otra cosa, así puedo invertir en bolsa que era lo que tú querías, ¿no? Me voy a dar de alta como autónoma y así cotizo a la seguridad social, así tú estás tranquilo porque es un tema que te preocupa enormemente, ¿no? – Abadía se ríe irónicamente- Así que nada, que ya tengo trabajo, y hago algo productivo con mi vida. Me dedico a darle cariño a los demás, fíjate, yo creo que es bastante digno, chupo pollas que están solas y acaricio almas que nadie acaricia.- Abadía seguía relatando su nuevo ficticio trabajo con total naturalidad- Cobro 15 más si quieren que me lo trague, así tengo más dinero a final de mes, que es lo más importante, ¿verdad? Y si quieres saber qué tal el coche que me regalaste, está de puta madre, meto a los clientes ahí, porque la verdad que con el frío que hace es bastante más cómodo, muchos de ellos no tienen para pagar un hotel.

El padre de Abadía estaba blanco, inquieto, y mirando alrededor por si alguna mesa estaba escuchando lo que su hija le estaba diciendo. Volvió a hacer su mueca nerviosa, miró por la ventana y tosió sin necesidad de toser.

Se hizo un infinito silencio. Como de costumbre entre ellos.

Abadía terminó su plato, puso los cubiertos en cruz, y con la servilleta se limpió el resto de queso que le había quedado en la comisura de los labios. Le dio otro trago al agua con gas hasta acabarla.Y con total naturalidad le preguntó a su padre.

– ¿Vas a querer postre?

Su padre sacó la cartera y dejó 50 euros en la mesa. Se levantó y se fue.

Abadía miró por la ventana. Ahora llovía más fuerte, era el día perfecto para pedir un buen postre después de que te hayan dejado.

– Un brownie con helado de vainilla y chocolate caliente por encima, por favor.

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