Es mi calle, y su nombre fue creado para mí. Parece como si el destino me guiñara un ojo, porque es el único lugar donde puedo gritar, no solo de alegría, sino también de dolor. Sí, allí es donde curo mis heridas pasando el tiempo con los amigos. Es el único lugar donde puedo encontrar la paz que perdimos en casa, es allí donde lloro como un condenado y río como un loco cuando me olvido de todo y vivo.

En casa es imposible estar. Siempre discutiendo, siempre reprochando. Esta crisis se lo llevó todo, llegó como un huracán y no dejó nada, primero se llevó la ilusión, las ganas y el amor; luego se llevó el dinero, el pan y los pequeños caprichos; como por ejemplo las deliciosas napolitanas calientes que papá solía comprar en la calle Consuelo los domingos por la mañana. ¡Es verdad! las napolitanas, ya olvidé como era esa sensación tan agradable, pero aún tengo un vago recuerdo; primero el olor que penetrando en mi cerebro provoca una inmensa producción del jugo gástrico estimulándome a desearla aún más, luego meter un bocado en la boca, notar el chocolate atrapado en los botones gustativos de mi lengua y por último la masa de hojaldre que cruje entre mis dientes. ¡Qué recuerdos!.

Después de seis horas escuchando a profesores que llegan por la mañana a clase con el mismo afán que yo del instituto a casa, entro arrastrando la mochila. Papá sigue en el sofá y con su cerveza en la mano como de costumbre. Mamá está en la cocina, huele a huevo cocido. Se me quitan las ganas de comer. Nadie me saluda. No puedo reprocharlo, yo tampoco lo hice, pero ¿para qué? si ya nos conocemos todos y no han pasados más de dieciséis horas desde la última vez que nos vimos.

-¡Mujer! La comida- Grita él desde el salón.

-Estoy esperando a que pongas la mesa. ¡Vives como un marqués!- Le contesta.

Él se levanta de un salto y va dirigido como una bala hacia ella. Me encierro en la habitación tras escuchar la primera frase. Ya me sé el final de esa canción. Escucho sus llantos y noto como me taladran el corazón desde la cocina. Todo me da vueltas. Me tapo los oídos con ambas manos y trato de pensar sin apenas respirar en la calle Consuelo, en las napolitanas, en las canicas, en el balón nuevo de Luis y también trato de pensar en Nerea pero cuando viene su imagen a mi mente me avergüenzo. Me avergüenzo de pensar que la beso y de sentirla ahí y en ese concreto momento. En su casa seguro que no pasa esto.

Me despierto de un sobresalto como si hubiera dormido una vida entera y me hubiera perdido la más hermosa de las citas. Y es verdad, llego tarde a una cita. Una cita con ella, mi calle Consuelo. Miro por la ventana para decirle entre suspiros “no tardo nada, me cambio y bajo”. Salgo del portal con el corazón encogido y la mente agotada. Nada más poner un pie en la calle inspiro lo más profundo posible, es como quien lleva ocho horas bajo el solaz del desierto y por fin ve un oasis. Lo necesitaba. Noto como mis pupilas se dilatan y como se me abre el pecho. Es como si viajara a otra ciudad, a otro tiempo. Es como si naciera un nuevo yo totalmente diferente. Me transformo. Hasta me cambia la cara. Camino hacia la plaza Consuelo que se encuentra a tres portales de casa y mientras me voy acercando veo las caras sonrientes que me esperan, hasta puedo ver la fractura del incisivo central de Luis como un inmenso agujero negro en su boca. Se le fracturó un día mientras jugábamos con las canicas en la plaza Consuelo.

También está Nerea. !Qué bonita es!. Hoy lleva un vestido amarillo con un inmenso vuelo. Mientras corren los dos hacia mí tratando de no salirse de la acera, me pierdo en el vaivén de esa tela sacudida por el viento salamantino. Luis corre tras ella con el balón abrazado con ambas manos. Se me acelera el pulso y también corro hacia ellos. Vuelvo a ser yo, vuelvo a sentir cada parte de mi cuerpo. El galope de mi corazón me divierte.

Tras el efusivo encuentro nos dirigimos hacia la plaza Consuelo. Nos sentamos en el banco y tras cuatro partidas de cartas nos decidimos a jugar con el balón nuevo.

– Luis pásala- le grito mientras me alejo de Nerea que me persigue para apropiarse del balón.

A las siete de la tarde dimos por finalizado el partido. Todos quieren volver a casa. Todos menos yo.

-Hasta mañana.

Para mí aún es temprano entonces empiezo a caminar sin rumbo fijo por la calle Consuelo. Miro las pintadas de las paredes donde otros dejaron un capítulo de su vida. Observo los escaparates, hasta me fijo en los vestidos de mujer. A ella seguro que le quedaría bien pero no tiene con quien salir así. Ya son las ocho y media de la noche y tengo ganas de orinar. No me queda más remedio que subir a casa.

Entro y me reciben sus llantos. Disminuye o se acelera mi respiración ya no sé qué es lo que me pasa, pierdo el control de mi cuerpo y lo primero que me viene a la mente es una imagen de la calle Consuelo, tengo que volver a bajar. «Sólo le voy a devolver a Jon unos apuntes de lengua castellana» tendré que inventarme esta vez. Se lo diré a ella, él seguro que me ladra. Entonces me acerco a ella, le beso en la frente y le digo:

-Mamá, vuelvo ahora.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS