Nuestras familias o lo que sea

Nuestras familias o lo que sea

Jesús J. Prensa

28/11/2018

Texto (con fotografía posteriormente)

No quisiera empezar esta historia sin la dedicatoria, insertada dentro del relato, no al inicio. A mis padres y mi hermana, siempre, a ellos tres, mi auténtica estabilidad. A ellos, mi cariño y amor, y el suyo hacia mí. | Porque no tengo familia, porque la familia, como se dice aquí, en nuestro club, ha cambiado mucho. «Un cambio importante en nuestro tiempo ha sido la aceptación (más o menos) general de las distintas formas que puede adoptar una familia, las tipologías que hoy se reconocen social y legalmente en muchas partes del mundo, principalmente a partir de la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo y el incremento de las familias monoparentales». | Mis padres y madres (más o menos auténticos) son la siguiente frase de un libro: «el dilema de Cervantes es el de cómo recobrar la libertad de inventiva, coartada por el peso de las convenciones y cánones. Lo que para una mayoría de escritores actuales aparece como el marco natural de la novela o el relato, para aquéllos es el prototipo mismo del lugar común, reiterado y postizo. Mientras los primeros lo perciben como algo vigente y vivo, los segundos lo rechazan como un fardo plúmbeo e insoportable». Mis madres y padres (menos o más auténticos) son. | No lo sé, no sé quiénes son, pero voy intentar crearlos yo mismo, con palabras o palabrejas, con lo que sea necesario. | Recuerdo a mi abuela Adelaida, la madre de mi padre, contándole por primera vez a mi hermana Adela, un anochecer, la historia de la llave de su antigua casa, donde había nacido mi padre y donde él había recogido y cuidado un cigüeñín que acabó siendo una cigüeña enorme y amplia como cientos de alas abiertas de miles de aves. Mi abuela le decía a mi hermana que aquella llave, llave de plata, ya no servía de nada, que no abriría nunca ninguna puerta. Aquella casa, donde ella fue feliz, desapareció. Adela le preguntaba, como siempre hacía, siempre curiosa ella, qué ocurrió, pero Adelaida no lo sabía. «Fue vuestro abuelo quien nos dijo que teníamos que marcharnos. Sí, así fue», lloró y lloró. Luego acabamos la cena todos juntos. Mi hermana y yo salimos a la fuente a por agua para la mañana. Mientras subíamos la rampilla decidimos buscar aquella casa. | Todavía hoy, treinta y dos años después, seguimos mi hermana y yo buscando aquella casa, una casa que ya es casi nuestra, de tanto. Nuestros abuelos han muerto y poco podrán decir ya, poca información útil tendrán. Mis padres nunca morirán, ninguno de ellos. Mañana vamos a probar en muchas otras casas desaparecidas, probar a ver si coinciden sus cerraduras destruidas con nuestra llave en pie, bien de plata. Nunca hemos ido a ese lugar, es el más alejado del centro, pero tenemos la llave de nuestra abuela Adelaida. | Pero después de ese lugar ya no habrá más casas abandonadas disponibles para probar a abrir. Sin duda, allí estará la casa. Sin duda allí nos esperará la cigüeña de siempre, siempre volando tornadiza. || Entonces llamaré a Sarah, mi amor, para decirle que por fin hemos finalizado la búsqueda, que por fin. Y entonces podremos empezar a construir nuestra casa junto al arroyo de nuestra vida, una casa donde suene siempre el agua corriendo y donde mi hermana y mis padres vengan a vernos los domingos a la hora de la comida. Comeremos todos juntos, echáremos un cafetillo y nos quedaremos hablando un ratillo hasta la hora de la siesta. | Pero nuestros hijos nos despertarán, dos hijos a los que siempre escucharemos crecer. Su tía Adela se los llevará junto al arroyo y les contará la historia de la llave, y la cigüeña del abuelo, como nueva adquisición. Antes de marcharse le preguntaré que cuándo ella y su pareja tendrán algún hijo o hija, que para pronto, que ya veremos todos, que sí.


Fotografía (con texto anteriormente)

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