Hanna, la hija de Franc, era una veinteañera inquieta, inteligente y algo cruel. Estudiaba chino- mandarín y vivía en Gent. Pasaba algunos días al año en casa de su papá, y a veces los tres compartíamos unas semanas de sus vacaciones en Bruselas.

En nuestras interesantes conversaciones de balcón, donde fumábamos un cigarrillo después de la cena, ella no perdonaba ningún error de mi vocabulario en inglés, y me lo hacía saber aunque estuviera interrumpiendo el diálogo que manteníamos. Aún con su desafiante autoridad dialéctica, se mostraba ausente y vulnerable ante cualquier situación que traspasara el límite de su racionalidad. Dicho de otro modo, no se permitía ni permitía a nadie ahondar en su sensibilidad, le resultaba sumamente perturbador cualquier pregunta personal, y con ironía podía aniquilar a su interlocutor.

Cuando Franc y su mujer la adoptaron, les habían relatado una terrible historia de prostitución acerca de su madre coreana. Eso era todo lo que sabían de su pasado, y así se lo transmitieron a la pequeña Hanna que crecía entre cálidos abrazos de familia, de amigos y de amores, personas a las que adoraba con ese particular modo entre amable y agresivo que le brotaba naturalmente.

Fue una verdadera sorpresa para Franc el día en que advirtió que el tema de tesis que Hanna había elegido para diplomarse en la universidad era justamente “ la prostitución”. Él nunca antes había reparado en las secuelas que deja no saber quién soy, ni por qué me dejaron, ese vacío que atravesaba la vida de su hija desde niña.

No lo pensó demasiado y decidió entonces encontrar a la nurse que había hecho posible la adopción en Corea veintidós años atrás, y en pocas semanas logró hacer contacto con los padres biológicos que residían en Seúl.

Llegó el día de la fiesta de graduación y fuimos todos invitados a la embajada de China, donde se dio un banquete de honor, y un mes después Hanna partía hacia Beijin.

Si viajar a China fue el premio merecido a su graduación, hacer escala en Seúl fue la revelación más importante de su vida.

Sí, Hanna tenía madre y padre, y también hermanos. Ella había nacido fruto de la relación amorosa de dos adolescentes, pero los abuelos conservando la moral familiar, se opusieron terminantemente a que continuaran con el embarazo y ante la situación, sus progenitores decidieron darla en adopción cuando naciera. Esa era la historia de Hanna, y había llegado el momento de desterrar prostitutas y de conocer la verdad.

Esos días fueron terribles para Franc en Bélgica y para Hanna en Seúl. Franc se sentía desconsolado pensando que perdería a su hija para siempre desde el momento en que conociera a sus padres biológicos. Hanna por su parte, pasaba su cumpleaños sola en Seúl y a punto de desentrañar el conflicto más grande de su vida, con la angustia y el desconcierto que implicaba cambiar toda su historia!!! Ambos lloraban desde lejos, el miedo los invadía. Ya no había vuelta atrás.

Hanna sintió el enorme sacudón emocional que la hizo volver a casa, a su propia casa interior.

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