QUEQUETA o KEKETA, su nombre me trae recuerdos de nieta con sabor a mujer que se ganó el cielo y que espera que todos los descendientes de su unión matrimonial con Guillermo Umaña Gutiérrez, lo logremos. Sacó adelante a 8 hijos de quienes el mayor, José Antonio, es mi padre. Ella es ese tipo de mujer con quien era agradable tomar chocolate con pan para que contara la historia de su vida al lado de su inseparable libro “LA SANTA BIBLIA, APOSTÓLICA Y ROMANA” que la conocía muy bien además de tenerla con marcas de colores según lo que deseara leer y enseñar. Tenía tantas cualidades que difícil numerarlas, pero recuerdo que era más lista que yo, era preciosa, era amable, era cariñosa, era enérgica, me quería con todo su corazón, hacía concesiones, me hacía sentir como en mi casa, me corregía, era femenina, era fuerte, era apasionada y era decidida.

Un día me explicó el por qué todos sus hijos, aparte del nombre, llevan el “CARMEN” incluido. Para no revelar tan exclusivo secreto me contó la historia de la VIRGEN DEL CARMEN una de las razones por las cuales todos llevan su nombre. Diariamente le rezaba el Santo Rosario. Recuerdo aquella tarde que pasamos juntas siendo mucho todo lo que aprendí. Les comparto el dato que hoy viene a mi memoria y me produce el mismo efecto que a ella… algunas lágrimas se asoman a mis ojos cuando me dijo:

“La Virgen del Carmen es la Virgen María, la Madre de Jesús y por ello Madre Nuestra”.

Sandra, me dijo, respecto del origen del mensaje de la Virgen del Carmen, hecho que sucedió el domingo 16 de julio de 1251 cuando San Simón Stock, Superior General de los Padres Carmelitas del convento de Cambridge, estaba rezando por el destino de su orden, cuando se le apareció la Virgen María vestida de hábito carmelita. Llevaba al Niño Jesús en sus brazos y en su mano el Escapulario, que le entregó diciendo: “Recibe hijo mío este Escapulario de tu orden, que será de hoy en adelante señal de mi confraternidad, privilegio para ti y para todos los que lo vistan. Quien muriese con él, no padecerá el fuego eterno. Es una señal de salvación, amparo en los peligros del cuerpo y del alma, alianza de paz y pacto sempiterno”. Ese día me tenía un escapulario de regalo que siempre lo llevo puesto.

Ella se arriesgó a dejar la ciudad para irse a vivir al campo donde le cambió la vida. Siempre le encontró el lado positivo a todo: necesitaba de un carro para poderse movilizar, debía olvidarse de los ruidos de la urbe para cambiarlos por el sonido del silencio y los animales silvestres, conoció la fragancia de la humedad después de la lluvia sobre la tierra seca, tubo la posibilidad de tener relación con los animales, pudo tener mascotas, no sentía el agobio de estar haciendo algo, descubrió su afición por la lectura y la escritura, crio a sus hijos para que tuvieran una infancia maravillosa, aprendió a tejer y a bordar y en ocasiones añoraba a su familia y a sus amigos. Tenía la certeza de que irse a vivir al campo era lo que ella quería que fuese… un encuentro con Dios y su compañero de vida.

Hoy tengo en mi biblioteca sus 2 obras literarias que las he leído una y otra vez disfrutando de aquella inspiración con la que seguramente las escribió “LA POLA” y “LA PRINCESA Y EL CENTAURO”.

Termino esta HISTORIA DE FAMILIA diciéndole a ella, a ENRIQUETA MONTOYA WILLIAMSON, que espero encontrármela en el paraíso cuando yo termine mi paso por la Tierra. MAMÁ QUEQUETA, así cariñosamente le decía, nació el 29 de noviembre de 1911 en pleno centro de Bogotá, en la esquina de la carrera 9 con calle 11 y murió el 24 de mayo de 2001 en El Foyer de Charité donde se encuentra, en un osario, enterrada. Recuerdo que el día de su muerte, los cantos de 2 de sus hijas alegraban el momento y celebraban su entrada al cielo.

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