A veces hay tareas que se posponen por falta de tiempo o también, como en aquel caso más ciertamente, aquella era una excusa de autoengaño. El punto es que no podía eludir más que debía desocupar el desván de la casa de sus abuelos ya que los nuevos moradores llegarían en menos de un mes. Respiró hondo y tomando impulso se dirigió hacia la escalera. Bien sabía que había emociones que no se podían encarcelar para siempre y que el dolor, aunque siempre cueste, había que transitarlo.
Mientras subía los peldaños que la llevaban a ese lugar tan especial que había sabido ser su escondite mágico de pequeña, uno a uno, los recuerdos comenzaron a aflorar tímidamente. Lo primero que divisaron sus ojos fue la caja de sombreros de su querida abuela y no pudo dejar de sonreír al recordar las horas que habían pasado su hermana y ella jugando con esos tesoros. Aquellos sombreros reflejaban el espíritu de su nada convencional abuela. Una mujer bellísima con un gusto exquisito y refinado que siempre se mostraba elegante más allá de haber ahijado cinco niños. Una verdadera dama en todas sus facetas y a la cual, esos sombreros, aunque bastante raídos en ese momento, todavía ciertamente la rememoraban.
En otro rincón de aquel maravilloso escondite descansaba una vieja caja repleta de fotografías de escenas familiares de antaño. La primera imagen que eligieron sus dedos mostraba a sus abuelos el día de su boda. ¡Qué pareja elegante hacían juntos! ¡Qué felices se los veía ese día! Ellos estaban aún muy lejos de anticipar tantas vicisitudes que tendrían que pasar como familia.
Sus abuelos se habían conocido en un baile del pueblo donde vivían. Su abuela era muy jovencita y su abuelo algunos años mayor. Esa noche sus destinos se cruzaron y decidieron no volver a separarse. Él decidió no continuar con sus estudios para seguirla a ella y a su familia hasta el viejo continente detrás de un trabajo. Permanecieron algunos años en la vieja Europa hasta que con dos niñas pequeñas decidieron regresar a su país en busca de sus afectos más cercanos y de sus costumbres arraigadas.
A los pocos años de estar de vuelta en su tierra, una realidad socio-económica diferente a la esperada los obligó a nunca bajar los brazos. Mientras su abuelo tenía varios trabajos al mismo tiempo para mantener a la familia, su abuela y los niños se ocupaban de las tareas hogareñas con tesón. Entre todos juntos supieron salir adelante con mucho esfuerzo y sobre todo, cariño sincero.
Más adelante la vida no quiso que ella tuviera un padre soñado pero la compensó con un gran abuelo que supo ser incondicional con ella y con su hermana. Un abuelo que con tan sólo nombrarlo llenaba el alma de orgullo y agradecimiento. Un abuelo que físicamente ya no estaba presente en ese mundo pero que jamás dejaba de hacerlo en cada paso que ella daba. Un abuelo que le había dejado un recuerdo imborrable y sobre todo, le había transmitido las más valiosas enseñanzas de vida.
Aquellos abuelos no supieron de quejas o enojos, sino de esfuerzo y templanza. Ellos siempre buscaron que sus cinco hijos, y luego sus nietos, lucharan para conseguir sus sueños y sobre todo, para que fueran personas de bien. Siempre intentaron brindarles, antes que todo, sus valores que serían los que permanecieran por siempre entre todos los integrantes de la familia que ellos habían formado.
Desocupar aquel lugar lleno de recuerdos a tan poco tiempo de la partida de su abuelo ciertamente no era nada fácil y menos aún, con aquel dolor lacerante en su corazón. Sin embargo sí, había algo que admiraba especialmente de su abuelo y era: ser valiente. Tomó una profunda respiración y siguió adelante con la tarea más allá de las lágrimas que se escapaban de sus tristes ojos.
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