Así comenzó mi trasegar

Así comenzó mi trasegar

JBotero

20/11/2018

Para que entiendan una parte de lo que soy, tengo que hablarles de mi familia y del entorno en el cual nos levantamos. Vengo de una familia campesina y, al igual que los desplazados de hoy, pasamos de lugar en lugar por efecto de la violencia que nos tocó vivir. Mi padre se dedicó al café e hizo parte de toda la cadena productiva a lo largo de su vida: fue arriero, fue recolector, fue mayordomo de finca, fue propietario de finca y fue propietario de compraventas de café. Mi madre, de acuerdo con los patrones de su época, fue una esposa abnegada y una madre dedicada. Los recuerdo como unos trabajadores incansables que, con su fe y el temor de Dios, sacaron adelante a una familia de 12 hijos.

Mis primeros años fueron en la zona rural de Pijao, un pueblo metido en la montaña a donde no llegaba el carro, ni muchas cosas básicas para el diario vivir, pero sí llegaban las ideas políticas que enemistaban a los vecinos según fueran rojos o azules, al igual que cuerpos sin vida, producto de los enfrentamientos entre unos y otros.

Un día, sin saber por qué, dejamos la finca y nos fuimos a vivir a una casa en el pueblo. Nada era fácil. Pasábamos muchas dificultades porque éramos pobres y la violencia hacía todo más duro, pero, a pesar de eso, la vida era sabrosa.

Una mañana de sábado estaba leyendo con dos de mis hermanos “Siracusa y la incógnita de nuestros azarosos días”. No sé cómo llegó a nuestras manos aquel librito de pasta azul, porque estaba catalogado como “prohibido” por la iglesia, lo que lo hacía muy atractivo para tres niños inquieto a ingenuos. Sin entender mucho, avanzábamos emocionados por sus páginas hasta que un ruido nos obligó a levantar la cabeza y mirar por la ventana. Era una cosa enorme, negra, suspendida en el aire. Nunca antes habíamos visto algo parecido, gritábamos, corríamos desesperados y sólo paramos cuando nos metimos debajo de una cama a rezar, pensando que ese era el castigo del cielo por cometer el pecado de la desobediencia. Así pasamos un buen rato hasta que el aparato se fue y no volvió ese día. Después supimos que se trataba de un helicóptero, y verlo y escucharlo se convertiría en algo rutinario. Resulta que era tal la violencia en la zona, que el gobierno había decidido intervenir enviando helicópteros del ejército con dos propósitos: sacar cadáveres, porque recuerdo que cuando no mataban a 25 personas en un día era sinónimo de que se había calmado la situación, y traer soldados y armamento a una región a la que el acceso era a lomo de mula o a pie.

La vida era cada vez más dura de llevar y, sin entender en ese momento por qué, un día cualquiera aparecimos viviendo en Armenia. Ahí pasamos unos seis años, hasta que una tarde, cuando regresé del colegio, encontré todo, absolutamente todo empacado y a mi mamá muy nerviosa. Esa noche nos subieron en un jeep y amanecimos en una nueva casa en Manizales. Después entendía que, una vez más, la violencia nos había forzado a desplazarnos. A mi padre lo habían amenazada de muerte por ser conservador en un pueblo de liberales y la única alternativa que tenía para seguir con vida era irse con toda su familia. Yo me preguntaba por qué tenía que cambiar todos los días, por qué tenía que dejar a mis amigas e irme del entorno donde me sentía bien, pero nadie me daba respuestas. En esa época los niños no debíamos preguntar, sólo seguir instrucciones, y más si se era mujer.

En Manizales vivimos muchos años. Terminé el colegio y se llegó el momento de entrar a la universidad. Yo no pude decidir qué estudiar, simplemente me matricularon, me dijeron que esa era la carrera que tenía que seguir porque era “para mujeres”, pero yo quería hacer otra cosa, yo quería estudiar una carrera que supuestamente era para hombres. Mi madre me ayudó a verla como una oportunidad y a sacarle provecho, por eso, cuando las cosas se calmaron y la violencia parecía cosa del pasado, la familia decidió regresar a vivir a Armenia. Yo, en cambio, me quedé, porque quería terminar mis estudios. Tenía 25 años y fue así que comenzó mi nuevo trasegar por el país. Esta vez no fue motivado por la violencia, ni en compañía de mis padres y hermanos, sino por las posibilidades de uno u otro trabajo, y por amor.

Aquí estoy con mis hermanas, hermanos y cuñados en el matrimonio de una sobrina. De pie, de camisa blanca, están mis compañero de lectura de libros prohibidos.

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