Germán oyó su nombre y se puso de pie. Todos en el lugar lo aplaudían, algunos con desgano, unos pocos con orgullo de conocerlo y otros tantos con envidia por el premio que no recibirían. Mientras se dirigía al estrado recordaba el primer paso del camino que recorrería doce años después…
– ¿Dónde está José? ¡Ese huevón otra vez me deja en el aire!
– Todavía no llega, señor Lombardi -dijo Germán.
– Bueno hijo, ya no tengo tiempo. Debo estar al otro lado de la ciudad en una hora. Y esta carta no se va a escribir sola. ¿Sabes usar la máquina, no?
– Claro señor Lombardi -un trago de saliva pasó de golpe por su garganta.
– Pones lo que escribí a mano aquí y haces dos copias. Las metes en un sobre excepto el cargo. Te las llevas al banco y te regresas. ¿Entendiste? Yo desde donde esté te voy a llamar aquí más tarde. ¿Está claro? Que te sellen el cargo.
– ¡Sí señor!
Lombardi se fue vociferando contra su ausente asistente. Germán parecía tranquilo, aunque en realidad no lo estaba. Nunca había usado una máquina Olivetti con copias al carbón, no entendía la letra de su jefe y tampoco sabía a qué banco se refería.
– Vamos Germán, ¡concéntrate!
Llevaba ya dos años en la oficina haciendo firmar cartas que otros redactaban, ordenando papeles administrativos y llevando documentos, y a pesar de que demostraba ser muy hábil sus inconclusos estudios de administración no le permitían aspirar a un mejor trabajo.
– Bien, ya lo tengo -dijo luego de escribir las carta y sus copias, dos horas después de que había empezado.
A partir de ese día, cada vez que tenía oportunidad se ofrecía para hacer tareas que otros dejaban o que no podían. Él siempre decía que sí, a pesar de que a veces no tenía ni idea de cómo, pero siempre aprendía. Era muy sociable y se ganaba a las personas con facilidad, y de esto se dió cuenta Lombardi.
Unos meses después un vendedor enfermó y aunque la tarea era simple si se echaba a perder de seguro Lombardi botaría al responsable de una patada. Germán se ofreció.
– ¿Así que vas a ir tú? Bueno, si esto sale bien te voy a considerar la comisión de ventas y a partir del otro mes vas a ser mi nuevo vendedor.
– ¡…!
– Y si lo estropeas ni regreses por aquí. ¡¿Entendido?!
Germán cogió la cartulina con las tres muestras de tela y la hoja con los precios. Sólo tenía que llevarlas y ofrecerle a Barrington el descuento aprobado del 20%. Como esta era una oportunidad única decidió arriesgarse negociando el descuento. Logró lo impensado, que aceptaran sólo el 7%…
Los aplausos cesaron y Lombardi se acercó a él entregándole un plato recordatorio y un sobre. Se estrecharon la mano.
– Me enorgullece ser parte de esta gran empresa. ¡Gracias! -sonrió alzando el plato cuyo grabado ponia «Mejor Vendedor del Año 1991».
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