- – No insistas más, mamá.
- – Solo son 5 escalones.
- – Que no es posible. El traumatólogo ya nos dijo que no podías hacerlo. Recuérdalo.
- – También dijo que no podría andar y ya voy desde la habitación al salón. Y también voy al baño sin ayuda.
- – Pero eso es distinto. No es una escalera.
- – Me levanto y me acuesto sola. Y me ducho sin ayuda de nadie. Todos me dijisteis que no podría y mira. Si tú pudieras…
- – Yo no puedo ayudarte, mamá, no puedo contigo. Ya lo sabes.Y tampoco tenemos dinero para pagar a alguien que lo haga.
- – Pero…
- – ¡Mamá! Tienes que aceptarlo. Has avanzado mucho. Lo sé. Pero hay cosas que no vas a poder hacer nunca y tienes que vivir con ello.
- – Si he podido hacer todo lo que he hecho hasta ahora. Si he hecho todo lo que me dijeron que no podría hacer nunca, te juro que antes de que termine el año, cuando vuelvas del trabajo, me verás allí sentada.
- – No lo intentes mamá. Si te vuelves a caer… Ya sabes lo que le pasó a papá.
Llevaba semanas notando cosas raras cuando llegaba a casa. Cada día algo estaba distinto. Un día había una silla fuera de sitio. Otro, la mesa del salón girada. A la semana siguiente, la ventana de la terraza sin cerrar del todo. Ayer, las cortinas descorridas y la persiana a medio subir.
Hoy la he visto, en la terraza. Mirando al cielo, tomando el sol y sonriendo. Y recordé la conversación que tuvimos aquel día. He ido al baño y me he mirado en el espejo:
- – ¿Hasta cuándo vas a seguir siendo un cobarde?
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