Sé que no debería quejarme, porque siempre he visto a otros peores que yo. Sin embargo, no siempre me siento feliz con lo que tengo.

Antes salía de un lugar a otro, paseaba constantemente entre las calles y disfrutaba todo a mi alrededor. Ahora nunca puedo salir.

El cuarto en el que duermo es pequeño, pero al menos la casa tiene un patio grande. Ahí puedo estirarme, caminar, tomar el sol, oler las flores y hasta acostarme en el pasto si quiero.

Desde hace un largo tiempo pasó mis días y noches en este lugar. Todo se ha vuelto tan monótono. El mismo desayuno a las nueve en punto. La comida y la cena en el mismo lugar. Las mismas personas. Las mismas actividades. El mismo árbol y el mismo jardín. Y todo el tiempo miro la puerta, esa por donde todos entran y salen. La miro siempre, pero nunca la veo entrar por ahí.

Constantemente pienso en ella. Cuando descanso bajo el sol en el patio, cuando me siento a descansar en el jardín y hasta cuando descanso de tanto descansar. Me gusta pensar en ella cuando llueve y… Ojalá pudiera sentir la lluvia cayendo sobre mí, era maravilloso poder sentir el agua cayendo por mi cuerpo. Nunca más lo sabré. Al menos no estando en este lugar, porque aquí ante la menor sospecha de lluvia, me llevan a mi cuarto y me encierran. Al menos ahí puedo ver llover desde la pequeña ventana que tengo. Veo llover y pienso en ella hasta que el sueño me arrebata de la realidad.

Voy a escaparme un día, me iré lejos — aunque el mundo es pequeño, sólo unas cuantas calles alrededor de aquí. Pero me iré lo más lejos posible—, seré libre y seré feliz. Aunque, por otra parte, aquí tengo todo; comida, agua, jardín, un espacio grande para caminar, compañía, cama —si a eso se le puede llamar cama—, seguridad; aparentemente todo lo necesario.

¿Por qué ella se habrá marchado? Me ha abandonado en este lugar, no lo entiendo… ¡Al carajo! me largaré de aquí a la primera oportunidad; me buscaré una nueva “ella” y dejaré atrás el amargo sabor de la derrota y los muchos sin sabores de los malos recuerdos. Estaré atento, atento al primer descuido de la puerta.

Aunque, ahora que lo pienso, ellos entran y salen de aquí, son libres, y no parecen más felices que yo. ¿Por qué? Sólo les hace falta abrir la puerta y largarse, hacer cuanto quieran, ser más de lo que son y lo que nunca imaginaron ser, pero todos los días regresan a este lugar. No se dan cuenta. Qué raza tan extraña son. Tienen todo y no brillan mucho más que yo.

Yo quisiera ser más de lo que soy, ¡lo juro! pero no puedo, sólo soy un viejo perro.

Creo que no somos tan diferentes entonces. Son humanos, pero ellos también son perros, perros de su destino.

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