Recién estrenada mi jubilación aprovechaba para leer, gozando de la tranquilidad que me brindaba el pequeño parque de nuestro pueblo. Así comenzó todo.
Carmencita subió al árbol con la misma facilidad que lo haría un babuíno, pero bajar ya era otra cosa. Cuando vi su cara supe que estaba aterrada. Tras unos pasos a la carrera, extendí mis brazos y le pedí que saltara. Carmencita obedeció. Luego me miró, comenzó a llorar del susto, y se alejó corriendo, supongo que hacia donde estaba Carmen, su madre.
Ignoro si Carmencita se lo dijo a su madre o alguien lo vio y decidió contarlo. El caso es que minutos después, el suceso salió en la radio local como una noticia relevante, lo que hizo saltar todas las alarmas. Al parecer, Pedrito el Bocachancla recibió en la emisora varias llamadas de la gente más influyente del pueblo, por lo que decidió reunirlos a todos al día siguiente para retransmitir en directo un programa monográfico.
Perdonadme si omito algún detalle pero, resumiendo, fue algo así:
Juan el Manguera, bombero retirado, me acusó de intrusismo profesional, diciendo que puse en peligro la vida de Carmencita al hacerme pasar por personal cualificado en rescates humanos en altura.
Paqui la Maestra dijo que mi comportamiento fue machista, al creer que la niña, por ser mujer, no podría valerse por sí misma. Propuso una concentración de vecinos frente a la puerta de mi casa.
Andrés el Corcho, que arreglaba los jardines, aseguró que aquel árbol no era tan alto como yo decía y que afirmar lo contrario era cuestionar su labor, por lo que me instaba a demostrarlo con pruebas.
Blas el Gordito, socio del Hogar del Pensionista, interpretaba como un desprecio que prefiriera ir al parque en lugar de ir allí, con ellos, a beber vino tinto y a jugar al dominó. «Al final terminarán cerrando el Hogar», dijo.
Don Arturo, el Médico, intentaría averiguar qué pretendía ocultar al no llevarle a la niña para un reconocimiento. Al mismo tiempo, solicitaba más y mejores medios.
El único guardia civil prometió abrir una investigación para esclarecer los hechos, por si yo hubiera aprovechado las circunstancias para tocar donde no debía, amenazándome con hacer caer sobre mí todo el peso de la ley.
El Alcalde afirmó que quedaba patente mi desconfianza hacia las instituciones al no solicitar apoyo de los servicios municipales que, gracias a su buena gestión, siempre estaban al servicio de todos los vecinos.
El Cani, un chaval simpatizante de una ONG dijo: «Si el viejo se cree tan valiente, que se vaya a África, que allí podrá salvar a todos los niños que quiera».
Don Juan, el Cura, se limitó a decir: «Que Dios lo perdone».
Pedrito agradeció a todos su presencia, al tiempo que, en un mes, los emplazaba para un nuevo programa donde podrían exponer el resultado de las gestiones realizadas.
Esto último lo escuché, ya en las afueras del pueblo.
En la radio de mi coche.
Con mis cosas en el maletero.
«Fin»
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