Qué iba a hacer yo en este mundo sin ti.

Qué iba a hacer yo en este mundo sin ti.

¡María! estás helada, mujer. Voy a avivar la candela. Anda, llama tú a la Canelilla, que se siente la perrilla en tu regazo para darte calor. Qué lástima no poder verla ahora, moviendo el rabo y mirándome con esos ojillos tristes que tiene. Cada día veo menos. Menos mal que a tientas sé dónde está todo, y así me voy apañando. Aunque lo que me apena de verdad es no poder verte a ti, tan guapa como has sido siempre. Decía mi madre que eras la moza más agraciada del pueblo, y con razón. Bien me acuerdo de aquella tarde que te conocí. Volvía yo del campo, de cavar olivos en la finca de Don Cosme, y al pasar por la puerta de tu casa me llamó tu madre: ¡Fermín!, ¡Fermín!, hágame usted el favor, hombre, que yo no puedo con Lucera; a esta cabra testaruda no hay manera de hacerla entrar en la casa hoy. Y yo, que era un hombrón en aquellos tiempos, metí la cabra a empellones en el corral. Aunque mi trabajo me costó, que aquella maldita cabra era como yo, una bendita por las buenas, pero si se le torcía el carro había que dejarla por imposible.

Y mira lo que son las cosas, hace 68 años, por Lucera fue que te conocí, que al entrar al corral te vi allí sentada, bajo la parra, bordando sábanas del ajuar. Bien me acuerdo que te pusiste muy colorada, como un tomate maduro, y yo me quedé parado, mirándote, sin saber que decir, y la pobre de tu madre me tuvo que sacar de la casa a empujones, de la misma forma que yo había metido a la cabra un rato antes.

¡Qué buenos tiempos aquellos!, cuando vivía tanta gente en el pueblo, y los chiquillos jugaban al escondite, a las bolas, al trompo, al aro…, y las mozas a la rayuela, a la comba, a los corros…, qué alegría de ver las calles llenas de gente, las mujeres yendo con cántaros a por agua a la fuente, los hombres, al anochecer, sentados en la barbacana de la plaza de la iglesia, haciendo hora para juntarse en la taberna de Teófilo, para beberse unos chatos de aquel vinillo chapurreado que tanto le gustaba a mi padre tomar acompañado de un par de tomates con aceite y sal y un buen plato de garbanzos tostados.

Pero qué te pasa, mujer, estás muy callada. Hace ya tres días que no pruebas bocado ni te levantas de esa mecedora. No tienes que enfadarte conmigo, María, ya sé que soy un cascarrabias, y que te hago siempre la contra, pero te quiero mucho. Si tú te murieras yo me moriría contigo. Qué iba a hacer yo en este mundo sin ti.

Aún tienes la cara helada, y no hay forma de que entres en calor. ¿No notas ese olorcillo entre rancio y podrido aquí? Algo se ha debido echar a perder.

En fin, me voy a la cama, hasta mañana, María.

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