Muchas veces fui testigo de conversaciones en las que al tío Ángel le recomendaban viajar. Le decían que es la forma más inteligente de invertir; que enriquece el alma y activa el cerebro; y sería además lo único que llevaría consigo el día que partiera definitivamente. Él, sin embargo, considera que aunque austeros, se ha dado todos los gustos a su alcance en materia de paseos.

El tema de los viajes se circunscribe solamente a la experiencia que significa trasladarse de vez en cuando a su ciudad natal, donde todavía cuenta con algunos familiares. A veces, no necesita alejarse del perímetro de la casona paterna, porque ocupa todo el tiempo en tomar mate, dormir la siesta y comer asados con los suyos. Del pueblo conoce de memoria cada rincón y sabe que se conserva más o menos igual. Antes de lo deseado, deberá retomar el camino de regreso. Pero en sus recuerdos llevará los rostros amados, tan necesarios para enfrentar otro año de trabajo.

Cada vez que realiza una de esas excursiones, es incapaz de ir sin regalos para todos los que esperan ansiosos el arribo. Él los acostumbró así porque la felicidad dibujada en los rostros es el regalo más valioso que le devuelven. Preferiría dejar de visitarlos por mucho tiempo, si no estuviera en condiciones de realizar el importante gasto que le significa. No soportaría desilusionar las expectativas del grupo.

Sabe que emprender otros rumbos sería muy distinto. Nadie lo esperaría, ni agasajaría del mismo modo. Si fuera dentro del país, podría conversar con los que ocasionalmente se le cruzaran en el camino; pero donde no conociera la lengua, sería incapaz de relacionarse con gestos; lo haría sentir ridículo. Piensa además en la inseguridad que le produciría estar en un sitio donde ignorara usos y costumbres. Y moverse con contingentes turísticos, no es para él. Conoce a quienes con tal de darse el gusto de descubrir nuevos lugares, no reparan en cuestiones como compartir habitación con un extraño. ¿Quién le puede asegurar que no le tocará en suerte alguien totalmente incompatible, que le arruine el paseo?

Le causa escozor también tener que resolver cuestiones legales a los que los turistas deben someterse cada vez que viajan al exterior; como aplicarse vacunas, gestionar un seguro, adquirir una tarjeta de crédito internacional y sacar el pasaporte, por ejemplo. Se pondría muy nervioso y posiblemente se enfermara antes de partir. Tampoco toleraría recorrer muchos kilómetros en diferentes medios de transporte; principalmente en avión, por el temor que le provocan esas enormes naves voladoras.

La maravillosa rutina de trasladarse a visitar su familia, generalmente para las fiestas de fin de año, es algo que hasta ahora no ha encontrado rival. Y aunque en su pueblo, en la época en que va hace mucho calor, no está obligado a sacarse la camisa, como supuestamente tendría que hacerlo si veraneara en la playa. Hace años que no tiene un short de baño, porque considera que su cuerpo se ha transformado en algo casi obsceno, como para andar exhibiéndolo. Respeta la mirada ajena y es exigente con la propia; no le gusta incomodar a nadie.

Pronto recibirá la jubilación y sabe que ya no será posible imaginar un tiempo de bonanza para fantasear con viajes «de ningún tipo». Intuye que tendrá que dejar de visitar el terruño, por una sencilla razón: no podrá hacerse cargo de los innumerables paquetes para poner al pie del arbolito navideño, como hizo siempre. Hay prioridades ineludibles, como las de pagar el alquiler y los servicios públicos. Además, la familia va creciendo. Los niños se multiplican año a año y los juguetes se vuelven cada vez más sofisticados y costosos. Aquellos de madera o plástico que tanto divirtieron a una generación, se han convertido en piezas de museo para los nuevos tiempos tecnológicos.

Si bien las tarifas de electricidad dieron un considerable salto y complicaron su economía, igualmente seguirá encendiendo el televisor para creer que el mundo con sus atractivas propuestas, como la navidad y otras fiestas populares que se pueden ver en la pantalla, están al alcance de todo el mundo. Piensa que mientras existan conductores de programas que nos hablen dándonos la sensación de que también nos ven, podemos hacernos la ilusión de que estamos junto a ellos; y son parte de nuestra familia. Esa que él no pudo conformar, pero tan bien logró sustituir con hermanos y sobrinos.

Todo tiene su ciclo. Hay un tiempo para cada cosa y el suyo está por vencer. Sólo le resta esperar. Tal vez no sea tan difícil amoldarse a esta nueva situación que intuye cercana; y para la que supone sentirse preparado. Los parientes sacarán sus propias conclusiones. Dirán que el tío Ángel ya no viaja porque las piernas no lo sostienen. Se contarán anécdotas de cuando iban a pescar con él y a la vuelta comían los dorados a la parrilla que tanto disfrutaban, envueltos en papel aluminio, con mucho limón, ajo y perejil. Recordarán los autitos a fricción para los nenes; y las muñecas que hablaban mediante un disquito en la espalda, para las nenas. Y brindarán por él con ternura y emoción. Mientras tanto, el tío Ángel, recordará esas noches de verano en el patio. El cielo oscuro tachonado de estrellas; y como fondo el coro de grillos. Una jarra de sangría bien helada acompañándolo mientras los demás dormían.

Si bien no tuvo millas de vuelo acumuladas en su haber, cuando inicie su viaje sin retorno llevará consigo un valioso capital: los afectos que le brindó cada año el turismo de cabotaje. En más de una ocasión, lo hicieron sentir el hombre más feliz de la tierra.

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