​No te rindas

Ella ya no sabía ni quién era. A veces, ni siquiera estaba segura de cuál era su nombre. Hacía tanto tiempo que nadie la llamaba por él que probablemente ya no respondiese al escucharlo. Tampoco recordaba cuántos años tenía. Parecían 70 pero seguramente no llegaba ni a los 50. El último cumpleaños que celebró debió ser aquella fiesta sorpresa que le prepararon sus amigas a los 20. No estaba segura. Entonces todo era muy distinto. No tenía hijas, ni marido, ni preocupaciones. Solo tenía una vida. Pero ella ya no se acuerda.

Normalmente, no se mira en el espejo a no ser que tenga que limpiarlo. Incluso, a veces, le pasa el paño sin mirar porque lo que ve en el reflejo le duele tanto o más que los moratones de su cara. Le duele la vergüenza de haber llegado hasta ahí. Le duele justificarle una y otra vez. Le duele ver a sus hijas pasar de puntillas por la casa para no hacer un solo ruido. Le duele estar muerta.

Pero un día encontró aquello que había perdido, no recuerda dónde ni cómo ni por qué. Reunió todo el valor que pudo y comenzó de nuevo.