Lunes: Acerca de la normalidad.

Lunes: Acerca de la normalidad.

Lunes: acerca de la normalidad.

Siempre me toca el camarero que cuestiona mis horarios y no entiende mis preguntas sobre desayunos combinados y más baratos. El camarero burócrata, un trabajador acallado por los años, abnegado a su trabajo y que sueña en silencio. Es cierto que esa parte no me la entendió pero me prestó el bolígrafo que le pedí sin hacerme ni hacerse una sola pregunta, lo cual le agradecí. Sorprendentes y oscuros parecen los criterios de este señor.

Dos chavales detrás hablan de batallitas con porteros. Han pedido una pizza con muchísimo pimiento, y llevan cinco minutos discutiendo quién la va a pagar. Acaba de pasar otro señor retranquero haciendo bromas sobre el frío y la humedad.

– ¿La pago yo con la tarjeta? No tengo suelto.

– Espera, voy a ver si tengo yo.

Al final el de la tarjeta ha pringado. Pero todo va bien, es lunes. Y los lunes son el mejor día, sin duda, en Santiago de Compostela.

El kamikace de la tarjeta se está quejando ahora por las prisas de este camarero en concreto para cobrar, y de la desconfianza social, en general, y también de los amigos que se escaquean.

Lo del mal día del camarero parece ya algo oficial.

Me ha dado este impulso de escritura después de un chute de cinco horas maravillosas en la biblioteca. No es ironía, ni retranca, que eso ya es más sutil e impracticable para este juguetón pero inocente cerebro. Es que mi vida, últimamente es así de aburrida.

Mi calle es muy aburrida, sin embargo en cien metros a la redonda puedo decir que se contiene todo lo que venía buscando, según mis cálculos.

Hacia el noreste hay una gran muralla de tiendas, grandes, pequeñas y más grandes, y bancos y tiendas enormes, algún bar de menos, varios de más y una plaza. Pero si 90 más 180 son 270, que más 90 serían efectivamente 360 grados totales que tiene un círculo para trazar un plano completo al que quitando los 90º de la zona noreste con la muralla y la plaza dan 270 grados sobrantes formados aproximadamente por la gran explanada triangular delimitada por la biblioteca de la universidad que últimamente abre 24-7, un parque enorme y una calle en la que hay una galería en la que hay un bar de rockeros rastafaris que abre todos los días hasta las cuatro o las cinco. Y yo, soy noctámbula.

Una zona bien surtida de máquinas de café y de máquinas expendedoras que te expenden cualquier cosa que se te pueda ocurrir meter en una máquina. Espacios, con una extensión bastante considerable, curiosos, luminosos, decadentes y a la vez como adelantándose a una cotidianeidad futura, con muchos plásticos y poca comida. Y de bares reales, habitables, tradicionales, con camareros de mal humor, de los de toda la vida, por madrugar y por trabajar mismo, que dan de desayunar a un desfile de taradxs cuestionando sus horarios. Intempestivos, e intempestuosos.

Siempre he considerado que entre las posibles taras y virtudes que afectan a mi vida, una constante tiene que ver con el ritmo. Mañana me voy de excursión, con unas personas inesperadas que conocí un poco hace poco, un lunes de estos normales, con un pico en el bioritmo. y por motivos que hace tres días ni contemplaba.

Necesito hacer algo de tiempo. Estoy esperando que salgan del karaoke otro grupo de personas, algo más conocidas, vecinas, que viven cerca, en esos 270 grados de los que hablaba. Me los encontré en la calle, no en la mía, sino en la perpendicular, y me avisaron que hoy era un buen día para decidir otra vez no dormir. Hay lunes tan lunes que no te queda más remedio que sonreírles. Y celebrar.

Va entrando más gente al bar, hablan de trabajo, de fiesta, de noche, del trabajo de noche, de Bimba Bosé y la desgracia de que ahora esté muerta. Del propio hablar, y de las leyes. Aquí no se está tan mal, y estoy pensando en si es buena idea que acuda a la llamada de la selva. Al piso del vecino, a tomar la última. Es posible que no se me ocurra una forma mejor de pasar las horas que quedan para emprender la excursión. Pero dicen que este ritmo, sea el que sea, nunca es normal.

Soy noctábula, ya veré cómo me las arreglo, pero no será durmiendo y despertando cuando le den al interruptor.

Los difícil de esta guerra en contra de la realidad impuesta, es que no sabes si el defecto está en cómo se te da o cómo la ves. Como los mecheros viejos, que sirven para nada más y nada menos, que arreglar otro mecheros. Las personas con muchas taras necesitábamos las piezas de las otras para componer nuestras realidades. Este plano aproximado de un gran triángulo y sus 270º eran ahora una inminente realidad, pensada desde una mesa en un bar que se encuentra justo en los 90º restantes, probablemente no sea una mujer de palabra, aunque lo intente.

Es un gran lunes, y menos mal, porque si fuera martes, no sería. Es gracioso porque son las 6:57 de la mañana, y según el cartel que acabo de leer y las convenciones sobre las definiciones de las palabras martes, mañana, semana, horario y cerrado que comunican este bar con la realidad arbitraria y democrática, estaría en un bar cerrado. Y seguiría sin saber qué hago aquí.

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