Traqueteando en baldosas medio sueltas, salpicándose del agua que la última lluvia dejó en ellas, Estrella penetra en otro mundo. Allí las campanas tañen en un reloj que atrasa cinco siglos. Los tejados apuntan hacia el cielo y el tráfico calla, acompañándole sólo el sonido de sus tranquilos pasos y el eco que producen en las angostas calles. Es el barrio viejo.

***

Tiempo atrás, estos pasos eran apresurados, ansiosos. Tenía esos ojos clavados en la mente, no podía deshacerse de ellos. En el portal 41, allí comenzó su historia. La primera vez que se vieron, ella sintió curiosidad; él, ese ávido deseo de lo inexplorado, lo nuevo. Se llamaba Lorenzo, y había llegado al barrio hacía poco. Los saludos en el rellano, con sonrisas tímidas, pasaron a conversaciones y a risas cómplices así, de la noche a la mañana, sin pretenderlo. Ninguno era un niño ya, y no rendían cuentas, pero a pesar de todo y como algo ajeno a su voluntad, sus amistosos encuentros siempre tenían lugar lejos de las miradas de los vecinos y amigos del barrio. Quedaban en lo alto de la ermita, donde las casas se teñían de blanco y sus macetas de colores decoraban las fachadas. Él decía que la vista de la ciudad, esa que quedaba a sus pies, se disfrutaba más por la noche, con las luces tililando, y el mar oscuro de fondo, acompañado por la brisa cálida del estío. A veces se veían en la playa, (el barrio lindaba con el Raval Roig, donde los pescadores atracaban sus barquitas) pero al final, donde las rocas formaban escondrijos.

Hablaban de lo divino y de lo humano, sobre todo de lo humano. Conversaciones cada vez más íntimas y personales, aderezadas con toques jocosos por parte de él. Siempre la hacía reir, y ella poco a poco se dejaba querer.

Durante unos días, algo cambió: Él estaba más serio y pensativo, distraído, sin tantas ganas de hablar. Estrella se sorprendió a sí misma pensando cuanto había cambiado su día a día desde que él llego, como se despertaba cada mañana con esos ojos fijos en su mente, como dependía de su compañía, como su estado de ánimo era reflejo del de él. Rondaba esa preocupación en su cabeza cuando, cruzando por una calle estrecha de camino a casa, le vió acercarse con brillo en los ojos y una ancha sonrisa en su cara. Sintió un revuelo de mariposas en el estómago, que se tornó en calor cuando Lorenzo cogió su mano y la arrastró dentro del portal 41.

Allí, en un recodo detrás de la escalera, comenzó el festival de caricias y besos, ansiosos, hambrientos, que esperaban tantos meses. El paraíso en la tierra siguió en casa de ella, después de asegurarse que nadie les veía entrar.

Abrió los ojos por la mañana y contempló el mundo… un mundo mágico, maravilloso, feliz. Con una sonrisa de oreja a oreja, Estrella se levantó y vistió, dando vueltas bailando de una estancia a otra. Contempló su casa y se preguntó cómo iba a ser vivir con él, todos los días, disfrutando de esos mágicos momentos, para siempre. Como sería su familia, cuántos hijos tendrían, cuantas escenas cotidianas vivirían, siempre juntos.

Con esa feliz perspectiva cerró la puerta de su casa y bajó las escaleras. Tocó quedamente a su puerta, como él le había enseñado, no queremos que los vecinos cotilleen, decía, no les importa lo nuestro. Silencio. Nuevos golpes, un poco más insistentes. Nada. Bueno, es temprano, habrá salido a contemplar el sol naciendo del mar, allá arriba, en la ermita. Salió del portal a la calle saludando a conocidos, distraída, con un cúmulo de nubes amontonándose en su cabeza. Recorrió las estrechas calles, con sus viejas fachadas y sus balconadas de frio hierro.Sus pasos, cada vez más apresurados, horadaron todo el barrio viejo, llegó hasta el Raval y la muralla del viejo castillo, que se erguía mirándola desde lo alto, haciéndole sentir pequeña.

Habían pasado varias semanas, y Estrella se movía, sonámbula, en los comercios aledaños de su casa, ataviada con un chal. El otoño se preveía inusualmente frio, cargado de humedad. En una de las tiendas, escuchó su nombre. Sus pies se clavaron en el suelo, como garras.

-Me alegro por él, la verdad es que parecía bastante solitario, aunque simpático. Mi prima, que conoce al tío de su novia, dice que la boda fue preciosa. Llevaban muchos años de noviazgo, pero el trabajo de él, de acá para allá, no les permitió casarse antes. Algo parecido le paso a…

***

El tiempo se detuvo en este barrio, aislándose del resto de la ciudad. Sus habitantes caminan llenos de vida a pesar de sus años, saludándose afectuosamente. Los más ancianos, los que llevan aquí muchas décadas, recuerdan cuando estas calles no eran reclamo turístico para guiris ni zona de pubs de fin de semana, sino un sitio donde se vivía y trabajaba. El portal 41 está lleno de desconchones, pero eso no parece importar a los jóvenes bohemios, que salen riendo, cogidos de la mano. Estrella se sienta en un banco. La edad, y la humedad no dan tregua a sus articulaciones. Cierra los ojos y deja que el sol invernal caliente su cara, surcada de arruguillas, mientras inspira el aire de los años transcurridos sin pisar esas calles. Alguien se sienta a su lado – Estarás agotada, ¡estas calles están llenas de cuestas! Toma, te he comprado una botellita de agua, bebe un poco – Suspira y frota sus manos, que están frías. El tintineo de los mensajes de un móvil rompe sus pensamientos. – Buff mamá, tu nieta dice que no consigue aparcar, tendremos que irnos. Por cierto, ¿tú no viviste aquí hace muchos años?

-Hace muchos años, Sol, hace muchos años.

***

Eclipse: del griego Έκλειψις, Ekleipsis, que quiere decir ‘desaparición’, ‘abandono’

Inspirado en el casco viejo y barrio de Santa Cruz en la ciudad de Alicante.

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