Erase una vez, una niña de 14 años sensible e inocente que con lo único que soñaba era con ser actriz, escritora e incluso granjera. Sin duda, era feliz.
-Gorda, desproporcionada, pringada, monja de clausura-.Fueron los primeros comentarios que empezó a recibir de sus compañeras de clase. Luego llegaron los escupitajos, empujones y demás humillaciones.
Aquella niña, empezó a llorar todas las noches, a sentirse fea, desgraciada, a sentir asco de sí misma, convirtiéndose el espejo en su peor enemigo. A partir de ese momento, apareció su primera cadena, su cuerpo, al que comenzó a maltratar sin piedad por creer ser el causante de toda su amargura. Restricciones, vómitos, laxantes, le dieron la seguridad que había perdido y que aumentaba al ver los números de la báscula descender sin control, nada ni nadie podían pararla, y estaba orgullosa.
Aquella niña se volvió rebelde y solitaria, encontrando en el alcohol y en el sexo su anestesia, capaz de llenar “algo” de ese enorme vacío que la inundaba.
A lo largo de los años, las cadenas se volvieron cada vez más pesadas, más apretadas, haciéndole profundas heridas en el cuerpo, en su alma. Se sentía débil, cansada de vivir, atrapada en el cuerpo de una joven con corazón de anciana.
Fue entonces cuando decidió morir, poner fin a todo su sufrimiento por la vía más rápida, la más fácil. Sin embargo, cuando ya había tocado fondo, cuando aceptó morir en ese infierno, apareció una paloma blanca llena de luz.
-¿Qué es lo que tanto te aflige? ¿Por qué tanto sufrimiento?- Preguntó la blanca paloma.
-No puedo más con estas cadenas. Son demasiado pesadas para mí y no me quedan ya fuerzas para seguir cargándolas.-Contestó la niña.
Fue entonces cuando la blanca paloma la condujo al jardín de las cadenas, permitiéndole cambiar las suyas por las que ella escogiera. Había en aquel jardín cadenas enormes y robustas, otras ásperas e incómodas, cadenas llenas de espinas e insoportables. En ese momento, la niña se fijó en una pequeña cadena que se adaptaba a ella perfectamente.
-Ésta es la que quiero- dijo muy contenta la niña.
La blanca paloma la miró con dulzura y sonriendo contestó-Esta cadena es la misma que cargabas desde el principio. Con esto quiero que entiendas, que nadie en esta vida carga con más peso del que realmente puede soportar.
Con este cuento, lo que pretendo decir es que, en la vida, cada persona lucha contra sus problemas y demonios personales. Para algunos son las deudas, para otros los problemas familiares, para otros las drogas, y así podría mencionar un sinfín de situaciones que han llevado a muchos a darse por vencidos en las pequeñas batallas porque no se han atrevido a pelear la guerra.
De esta forma, animo a todos los que estamos sufriendo, a los que las cadenas por momentos nos han parecido demasiado pesadas, que sigamos luchando, que sigamos intentándolo una y otra vez. A no desistir, para poder salir victoriosos, más fortalecidos y sobre todo más humanos.
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