Aquel día, Dakota decidió hablar muy en serio con su humana. Ni corto ni perezoso, se plantó sobre la mesa y empezó a rascar el calendario.

—¡Baja de ahí! —dijo ella, molesta.

—¡Ni hablar! Esta vez vas a escucharme quieras o no—, respondió el minino. Y uno a uno, fue señalando los días de la semana. Como nunca le había visto tan serio, su humana decidió escucharle.

—El lunes quiero que, de una vez por todas, le demuestres a ese humano tóxico que no es tu dueño. Él teme que triunfes, no temas tú el fracaso. Escribe ese libro. Haz ese viaje. Triunfa. Cuando vea que vas en serio, se asustará. Ahuyenta a ese ratón.

El martes vas y le preguntas: ¿Por qué me habrán elegido para hacer esto tan complicado? Él te contestará: ¡Por tonta! Ningún otro va a aceptar ese precio. Y yo te digo, vale, puede que no te paguen bien, pero además de barato, el género debe ser bueno y bonito.

Llegado el miércoles, utilizamos la astucia. Conmigo has descubierto el placer de la esclavitud. Nunca te quejaste cuando hice mis cosas sobre la alfombra, ni siquiera cuando te abrí la nevera y di buena cuenta de la lubina. Pero no seas su Cenicienta. Hoy hace mal día, y el reuma te ataca. Le pides ayuda para recoger la colada de la azotea y se enfurece, pero le demuestras que sabes sonreír bajo la lluvia. Él quiere verte enfadada, triste, protestona. Tu sonrisa le hará más daño que un zarpazo.

El jueves, recuerda que bien pudiera hacerse una meme de aquel día… cuando le dices que has superado tu último examen de carrera a los 52, y él te responde que no encuentra los tomates. No escuches sus infinitas quejas. Ve a pasear, hazte la manicura. Nosotros siempre llevamos las uñas afiladas, por si acaso.

No te sientas su presa el viernes. Cázale hablando de ese tío que se parte la cara en el campo de juego. O del que arriesga la vida para salvar a otros. No lo entenderá, pero tú sigue. Róndale, maúllale. Eso fastidia.

El sábado aprovecha para marcar el territorio. No permitas que te interrumpa cada día por la misma bobada cuando estás haciendo algo importante. Exige respeto.

Y, por fin, domingo. Dedícate el día. Pase lo que pase, duerme estírate, bosteza… y come como un gato. Programa ese viaje con el que sueñas, y no te apure sacar sólo billete de ida.

—Todo eso está muy bien, pero…

—¿Pero qué?

—No sé lo que voy a encontrar, ni qué llevarme.

—¡Ni falta que te hace! Recuerda dónde nos conocimos.

—Fue en la estación de tren, una tarde de invierno. Me miraste con tus ojazos verdes, y te llevé conmigo.

—Pues entonces no te olvides del espejo retrovisor. Para que veas lo mucho que has logrado. Lo que te espera es una nueva vida. O tal vez siete.

—Pues allá voy. Pero tú te vienes conmigo.

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