Conforme íba adentrándose a la zona regresaron recuerdos de su niñez. Era un sueño volver al pueblo de su madre donde pasó algunos veranos junto a sus primas, y en un fin de semana tendría tiempo para soñar.

Un olor a estufa de carbón y el anhelo de una olla con el guiso de carne que la abuela preparaba con mucho amor, y esa humedad que atrapaba las puertas de las casas, añorando eternamente una mano de pintura. Cuatro o cinco geranios adornaban las paredes de la calle principal del pueblo. Una señora cruzó ante ella y la miró con descaro al tiempo que se secaba las manos con un delantal roído. Una ojeada le bastó para saber que la casa que buscaba estaba cerca.

Mientras se dirigía a la fonda del pueblo, observaba el fantasma del tiempo, el éxodo rural y la inesistencia de tierras que labrar, y pensó en aquellos que abandonaron el pueblo en busca de una vida mejor.

Saludó a un octogenario, algo desaliñado con aspecto famélico, el cual portaba una azada al hombro que cruzaba la calle donde nació su madre. Se fijó en la farmacia que años atrás fue la botica de Doña Rosario. Recordó a las costureras sentadas en las puertas de sus casas remendando los pantalones de los críos. La mirada la llevó al viejo estanco, y a lo lejos percibió la quesería y la almazara, donde Amelia acompañaba a su abuelo para recoger el aceite.

Hubo un tiempo en que el pueblo de su madre fue importante en la comarca, donde los habitantes de las pedanías colindantes, llevaban todos los jueves sus productos para venderlos en el mercado: miel de la tía Dolores, aguardiente y los frutos que la tierra producía.

Algo cansada se sentó en un banco de piedra, cerca de la iglesia. Sacó su cuaderno de notas y con la pluma en la mano escribió su poesía:

«El sol es mi amigo desde que nací, es viejo como yo, como mis padres y como mis amigos.

Miro al cielo y lo veo en la inmensidad y me parece el padre de la tierra donde vivo.

¡Como los hijos abandonan el hogar cuando crecen, igual pasa con los pueblos!, y así la vida sigue su curso.

¡Como la flor es un suspiro que nació de las entrañas de la tierra, de los bosques y de la existencia de la vida!, así han de verlo las nuevas generaciones.

¡Como el planeta se destruye donde habemos muchos!; y donde muere en silencio, donde hay menos.

El almendro, los pájaros, la higuera o el sauce llorón, y me contaba mi abuelo que son los hermanos de mi pueblo, a los que hay que cuidar y respetar, para no fallar al mañana.»

Para Amelia fue un reencuentro emocionante. Se le escapó una sonrisa mientras miraba las zonas agrestes y el enclave del paisaje y sus ruinas; mientras, se hacía una promesa, volver en primavera cuando en el aire flotara el aroma de las flores.

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