Al día siguiente

Al día siguiente

Federico Buyolo

27/10/2018

Mientras salía con la caja de cartón abrazada contra su pecho, no dejó de sonreír. Sabía que algún día volvería, pero ahora tocaba afrontar la realidad, estaba despedido. Su partida fue lenta, no porque él quisiera recrearse en la misma o negarse a acatar el resultado de la última decisión, sino que simplemente, todos y cada uno de los empleados de aquella oficina querían despedirse de Don Abelardo, el alcalde del pueblo.

De nada habían servido los éxitos que hacían de su pueblo, el ejemplo cultural y social de la comarca. Ni el madrugar todos los días a las 7 de la mañana y ser el último en abandonar la casa consistorial. Ni tampoco, haber renunciado, en época de crisis, a tener un salario elevado que le distanciara de sus conciudadanos en paro. Aquella ola de populismo y mentiras interesadas habían acabado con su legado, su presente y un futuro que ahora se dibujaba en el corazón de la desesperación de las buenas personas.

Pero Don Abelardo no guardaba rencor a nadie. Sabía que él había hecho lo que tenia que hacer incluso que volvería a hacerlo igual. En su mente, pensaba que cuando todo volviera a su cauce, la gente confiaría nuevamente en él, al fin y al cabo, aquel era un pequeño pueblo de amigos y vecinos.

Pero la realidad no fue esa. Al día siguiente, y al siguiente y todos los siguientes de ese año, nadie fue a buscarlo. Nadie volvió a pedirle consejo. Ni tan siquiera se acercaron a él para reprocharle alguna de sus antiguas decisiones. El mundo continuó, y él pasó a ser un indiferente más, uno de tantos otros que ya solo pensaban en sus problemas y en su pequeña burbuja de mentiras autocomplacientes.

La sonrisa de Abelardo fue apagándose. Su confianza en las personas desapareció y su ser, ya no estuvo presente en las partidas de dominó de los viernes, ni en el parque al atardecer, ni en la iglesia para escuchar el sermón de cada domingo. Su tristeza se convirtió en su prisión.

Abelardo decidió que lo mejor era abandonar el pueblo que le vio nacer, crecer y morir, para buscar un nuevo destino donde encontrar aquello que ahora se le negaba, la vida. Sabía que iba a ser difícil, de sus cincuenta y cinco años, los últimos dieciséis los había dedicado a la política y eso no es que le otorgara ahora mismo un valor en el que apoyar su nuevo futuro. Nunca alardeó de su condición de alcalde y ahora que ya no era nada, menos aún, siempre que podía lo ocultaba a su interlocutor.

Sin fuerzas ni esperanza empezó por el principio de todo, por aquello que iba a darle la fuerza y el conocimiento para afrontar el reto de volver a ser alguien. Mientras estudiaba, escribía sus memorias. Mientras leía, anotaba sus ideas para nuevos proyectos. Mientras luchaba por sentirse una persona, soñaba con volver a mirarse al espejo y decir: Gracias.

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