Despedida

Quería ser una buena hija, una buena hermana, una buena amiga, una buena novia, una buena vecina, una buena ciudadana. Quería que aquellos a quienes amo estén orgullosos de mí. Es más, no pretendía ser buena, sino ser excelente. Sin embargo, sólo soy yo, y contra mí misma peleo cada día, y cada día intento ser menos lo que soy y más lo que «debería ser».
Algún día estarán orgullosos de mí y me recordarán como una «buena chica», porque todo el mundo es bueno…cuando muere. Al final del día, todos, incluso yo, nos hemos decepcionado de mí. Pero ninguno dice nada y al día siguiente me vuelven —y me vuelvo— a sonreír.

Pienso que debo escribir para desahogarme, pues una persona no puede llevar dentro de si mismo todos sus secretos. Ni sus miedos.

Mis días a tu lado no tenían mucha gracia y, sin embargo, no tenía más opción. Mis ideas las callaba durante el día, y en la noche le dedicaba charlas de palabras líquidas a la almohada. Los que nos rodeaban callaban, aún viendo tu trato hacía mí y, sin embargo, no tenía más opción. No tenía más opción que hacerte caso, y soportar tus gritos, tus peleas, criticas y reproches. No te odiaba, pero tampoco te quería.

Me llevabas por la calle de la mano, prácticamente arrastrándome, y dándome lata por cualquier cosa que pudiera haber ocurrido. Me decías que dejara de meterme en tu vida cuando cometías un error, pero no fui yo quien te pidió que me hicieras parte de tu día a día.

No fue el mejor final pero, sin duda alguna, para mi ha sido el verdadero comienzo de mi vida. Es hora de despedirnos, es hora de liberarme. Es hora de florecer en medio del invierno que todos viven, como el Streptocarpus, que siendo una simple flor es más fuerte que muchas rocas. Adiós, para siempre, le digo a esta fría lapida. No sé como referirme a ti, no sé como despedirme, si siendo mi mayor pesadilla también eres mi madre.

Me miré al espejo y estaba más bella. Seguían las ojeras, el friz, los labios partidos, las manchas en la cara; pero era más fuerte.