Llegó septiembre reventando en capullos los rosales, el romero, lilas, amarillos y limoneros. Solo faltaba la higuera. Ella brotaba en hojas gigantes, le crecían dedos verdes y sus manos marrones llegaba a tocar el cielo, pero… no tenía ninguna flor.

Pedro se sentía triste por ella y pensó, ¿será un árbol que no le gusta vestirse de novia? o… ¿en el invierno este no alimentó sus ramas y muerta de sed la higuera no da nada?.

Se sentó debajo, le habló despacio…

–¿Qué clase de árbol eres que no te pintas de colores en septiembre?

Ella con cientos de brazos enroscados dijo:

–¿Sabes lo que significa un apapacho?

El niño no lo sabía.

–Trépate en las ramas, busca en los brazos el lugar mas lindo, mira a través de mis hojas el cielo, recuéstate y sabrás por qué no llevo pimpollos en mis manos.

El niño subió, descubrió un laberinto de ramas apretando suavemente su cuerpo delgado. Eligió el lugar más cómodo, acostó su cabeza mirando alto, las piernas las durmió en otro lado, acomodó su espalda en un trozo de madera.

La higuera largó una lágrima de agua blanca.

Suavemente dijo:

– Estos son mis pétalos lustrando los verdes y los frutos, para que sean maduros, fuertes y sabrosos. Las ramas que te sostienen son mis abrazos que otros no tienen… un apapacho es una caricia del alma, sosteniendo tu cuerpo entre mi selva enmarañada y el sol. Es flor invisible en septiembre como en marzo, en julio como enero; esperando que descubras lo oculto dentro de la sencilla higuera que soy, un gran árbol con un corazón estallando cariño en cada higo.

¡Apapacho es Abrazo, esa es mi flor!

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