Las dos chicas lo pactaron entre ellas astuta como inteligentemente. Lo hicieron sin comentarme nada.

En intimidad, cada una asumió guardar “su propio secreto” hasta que llegara el día.

A la primera de las dos que conocí fue a Nancy. Era una rubiecita, agradable al conversar, pero mucho mejor lo era ciertamente bailando. Aquella noche de “Miércoles del Picapiedra”; que lo había empezado a frecuentar dos semanas atrás, era un grill ubicado en el segundo piso en la esquina de la carrera 4ª con calle 15, centro de la ciudad de Cali. Estaba repleto.

Los días miércoles nos deleitaban con la especialidad de la casa: “SHOWS DE BAILE”.

Cuando encendieron las luces de la pista para que apareciera la primera pareja “bailando bolero mambo”, la divisé a Nancy, diagonal a la mesa donde estábamos sentados con mi amigo Rigoberto. La miré fijo. Ella me sostuvo su mirada con agradabilidad. Por señas le pedí que al finalizar el show, quería bailar con ella. Asintió con su cabeza, que recogía sus cabellos rubios crespos bien apretaditos.

Después que pasó la hora treinta de “los Shows”, empezamos a bailar muy acompasados. A su oído le susurré varias veces: “bailas muy rico”. Ella sonreía con gusto. “Tú no te quedas atrás”. Posó cariñosa su rostro en mi hombro derecho.

“Espera”, un bolero ranchero cantado por Javier Solís, que bailamos repetidamente muy acaramelados con Nancy, nos hizo sentir encantados al compartirlo.

Quedamos confesos como dos nuevos amigos. Le dije que la buscaría el domingo, pues haría el reemplazo como cajero en el restaurante de mi tío político hasta la 1 de la mañana. Después pasaría por el grill, para verla. Quedó igual que iría.

Ese siguiente domingo llegué al “Picapiedra”, con Rigo, quien era además mi compañero de trabajo, el barman del restaurante, aficionado a la música española. No bailaba bien, pero hacía el intento por moverse con ritmo.

Nancy no apareció. Sentí cierto desconsuelo. Sin embargo, desde un rinconcito al lado central de la pista, resplandeció el rostro bonito, agradable, coqueto, cautivante de la pequeñina Martha.

Nos hicimos ojitos. Salimos a la pista para bailar el bolero, “Dile que por mí no tema”, de Celia Cruz.

Nos quedamos en pista gozándonos toda la tanda de 5 canciones más.

Martha era pequeñina; más bajita que Nancy; su cabello alisado olía fresco. Su piel blanca era suave, sensual, tierna, delicada.

-“Qué swing tienes pequeña”, le susurré en cada nueva canción que bailamos. Ella, complacida se mecía feliz entre mis brazos.

En cinco días había logrado acercarme con mis 19 años cumplidos a dos chicas fabulosas; íntegras de ternura, cariño, química.

Corría el mes de septiembre del año 1968. Nuestra ciudad nos ofrecía a los chicos y chicas, desde sus calles tachonadas por el goce de la música salsa, noches de bohemia realmente complacientes, tranquilas, divertidas.

Callejear en mi época joven de la rumba Caleña, fue un deleitoso como verdadero placer.

A Nancy y a Marthica, las volví a encontrar el miércoles siguiente, pasadas las once de la noche en el segundo piso del Picapiedra.

A la primera que ví ese día fue a Nancy, pues Martha llegó pasada la medianoche.

No bailamos mucho, pues preferimos hablar.

-“Te he pensado. Te extrañé el domingo que no viniste”.

-“No pude, tuve mi niño enfermo”.

Me contó lo de su hijito de dos años, con el que vivía en la casa de su mamá. Ella, debía salir a trabajar en las noches “para conseguir dinero qué llevarle para sus gastos”, pues el papá del chico no le ayudaba con nada.

Ejercía una prostitución pasiva-selectiva; no se acostaba con cualquier chico, ni lo hacía todos los días.

-“Hago esto, pero no me gusta; me considero que aún soy una hija de familia”.

-“No me voy a acostar con el primero que aparece; ni tampoco llevo a cualquiera a la casa, porque respeto a mi mamá”.

-“Prefiero pedirle ayuda a mis amigos, a los que me parecen buena gente como tú. Ya, si los dos nos gustamos, entonces nos acostamos “por amor, a las buenas, pero no lo hago de primerazo”.

Me agradó su manera directa de decir las cosas.

Le conté que había bailado aquel domingo con Marthica; la cual me pareció igual fabulosa.

-“Sí, la conozco. Es una pelada bien también; pero ella no tiene hijos. Somos amigas aunque no íntimas; porque cada una viene a lo suyo”. Confesiones tras confesiones, límpidas, nítidas, realidades transparentes como conmovedoras que me mostraban una verdad inobjetable:

¡¡¡ La vida de la calle, solo la calle misma la conoce !!!.

Bailamos “Espera” de nuevo. Marthica nos siguió con su mirada fija.


Hablando con Nancy, Martha se acercó para saludarnos.

-“Hola amiga”.

-“Hola buen mozo”.

Nos dio beso en la mejilla a cada uno.

-“No sabía que se conocían”.

-“Sí, nos conocimos hace una semana, el pasado miércoles”.

Después disfrutamos amistosamente la hora treinta de “los Shows”.

Bailé con ambas un par de canciones. Luego fui a llevar a Nancy hasta su casa, pasadas las 2 de la mañana.

Marthica nos despidió de beso. Me susurró al oído: “El domingo te espero para que me lleves a mí”.

Nancy me hizo seguir a su casa, hasta su alcoba. El niño estaba dormido en su propia cama, en el mismo cuarto de ella.

Aquella noche, “nos dimos el amor, plácidamente”.

El domingo siguiente llegué al Picapiedra para ver a Martha.

Bailamos “Espera”, “Dile que por mí no tema”. Le “sacamos brillo a la chapa”.

Terminamos en su cama, enternecidos, abrazaditos, “dándonos el amor con intensidad”.

Nancy y Martha, acordaron “su pacto”.

Dormí con ambas en una misma noche, en el cuarto de Martha. Por mi “enlagunada”, no lo descubrí.

Pasado un año cuando volví a encontrarme con ellas, en el parque de las banderas. Estaba casado.

Cada una llegó llevando de su mano una radiante niña.

-“Hola buen mozo, te presentamos nuestras hijitas: Tus hijitas”.

“Espera, mira no te vayas es la última noche,

Espera, ya no habrá más quejas, ya no habrá reproches,…”. FIN.


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